jueves, 4 de octubre de 2007

La encontré...


Este amor no me lo encontré en un sitio cerrado por los derrumbes, tampoco estaba en alguna playa, ni por los rumbos que tantas veces he recorrido, no tiene los ojos azules ni el cabello chino (crespo), mucho menos la piel blanca, ni todas las cosas, que alguna vez le dije a mi amigo “Pato”, la encontré en alguna noche, quizá era una de esas noches azules, tan azul como el cielo del mediterráneo. Este amor no maquilla mis tristes momentos, sino que hace de todos mis instantes de lo más intenso. Por suerte los amores no se compran en las tiendas, el mío lo he encontrado en el mismo sitio que ella sin saber buscaba, todos buscamos, solo que nos somos capaces de reconocer cual es nuestra carencia, yo he gritado más de una vez, he propuesto tantas ocasiones una vida conjunta, pero nadie es capaz de oírte sino experimenta lo mismo, hace un año estaba dispuesto a todo lo que viniera, no me importaban mis miedos o si estaba en una tierra lejana de la mía y tan cerca de Brujas en Bélgica, eso en realidad no importa, he dicho que he gritado que me ayuden, que he pedido que alguien me rescate, pocos, en verdad muy pocos de los amigos estuvieron presentes, de alguna forma los inesperados, los inexistentes hasta esos tiempos, fueron apareciendo, me fueron llenado de vida. No solo una vez propuse uniones que tal vez serían infructuosas, pero por suerte todo lo que proponía no tenía ese eco necesario para atrapar los mundos que desde siempre me parecieron distantes, eso geográficamente como emocionalmente, repito todo eso fue parte de la suerte, aunque la suerte suelo considerarla inexistente. Grite como nunca. Nadie se detuvo un segundo para verme a la cara y decirme toma mi mano, quizá porque cada uno estaba sumido en sus temores o porque simplemente no le interesaba. Este amor fue diferente. Quizá si me la hubiera encontrado en un playa jamás le habría hablado, jamás nos hubiéramos comunicado, jamás tantas cosas, pero por suerte en la playa se encuentran caracolas, se coquetea con la ola del mar y muchas veces la arena es muy blanca. No me la encontré al salir del cine, quizá porque hace mucho tiempo que deje de lado mis escapadas del cine. La encontré eso es lo que importa, pero la encontré donde ella pudiera descubrir todas mis emociones complejas, donde ella pudiera entender lo que me pasa, lo que me va atrapando, quizá la encontré donde no hubiera pensado jamás que ella existía. He vagado por todo el mundo pagando las facturas del desamor, de las entregas fuera de tiempo, de esos quince minutos de retraso, he vagado porque pensé que en otras tierras las cosas serían diferentes, un tiempo pensé que me casaría en España, pero allí todo era complejo, después pensé que quizá en Francia tendría la más bella oportunidad de vida, de vivir, de dejar de gritar, pero por suerte nada de eso se fue dando, lo cual me llevo a entender, a comprender que las cosas eran posibles, que mi mundo estaba de este lado, en mi lado, en mis cosas diarias, no por eso deje de vagar, no por eso deje de soñar, no por eso deje de gritar, pedí a gritos ser rescatado, pero nadie me podía escuchar, quizá porque mi voz se iba apagando, sin embargo un día la encontré a ella, fue cuando yo pensaba que ya nada era posible, fue cuando me había resignado a perderme, a no luchar más a dejar que mi mundo se conformara con lo que no tenía, cuando me dije que lo mejor era ponerme en la larga lista de espera de los tiempos, en la espera que nunca termina, el caso es que no deje de buscar, no era posible dejarse vencer, así fue como la encontré a ella. no fue sino en una larga noche del fin de verano, no fue sino hasta que ella descubrió que el cielo seguía siendo azul e intenso y que las estrellas no se caen así porque si del cielo, que las cosas fueron otras, tanto para ella como para mí, fue maravilloso el encuentro. Posibilidades del encuentro. Una tarde en la ciudad de Monterrey, sales a la calle con la digital en la mano, de pronto se cruza una mujer inquietante ante tus ojos, te nace el deseo de tomarle fotos, la alcanzas, hablas con ella, le platicas de un proyecto importante para una exposición equis, ella accede, descubres que se parece mucho a ti, te enamoras, le hablas entonces de otro proyecto llamado vida, se seducen se enamoran, se atreven a todo. Otra posibilidad es que en algún lugar del mundo inexistente, se lea el siguiente letrero: “fotógrafa de interiores”, entonces te dices, es lo que ando buscando, quizá ella se pueda dar cuenta que tengo un corazón roto, unos labios podridos de gritar, unos besos cansado de no salir, una columna rota por tanto desamor, unos días de oscura soledad, claro que cuando piensas en interiores, piensas en todo menos en el cuerpo humano. Posibilidades existen tantas, una tarde en Real de catorce, ambos vamos a comer, nos conocemos y lo primero que hacemos es sonreír, ella trae una playera verde, yo traigo roto el corazón, ella me confiesa que esta nerviosa porque no suele hablar con extraños, yo le digo vamos rompiendo los nervios, me llamo, bueno no importa tanto como me llamo cuando todo mundo lo sabe. Más tarde salimos a caminar y nos encontramos con una caracola, no encontramos peyote, pero si una caracola, que extraño, la playa va a donde vamos los dos. Sin embargo nada dice donde la encontré y nos encontramos en la realidad, quizá porque esta historia apenas se va tejiendo. Acaso pensaron ¿qué todo ya estaba dicho?


Por donde la encontré…

No la encontré en la playa,
ni en la arena blanca,
ni la espuma inquieta
ni en los labios rotos,
ni dentro de una caracola
olvidada en las lejanas
aguas de una mar brava;
no la encontré en los silencios propios,
ni en los gritos rotos, ni en estas tardes
inquietas, no la encontré
en las redes de un pescador cansado,
ni en los ratos agrios, ni en los gritos ahogados
de un “ayúdame” desesperado,
no la encontré por casualidad
sino porque la andaba buscando.

No hay comentarios: