lunes, 24 de noviembre de 2008

Confrontación...

Como dormir este alboroto de vida, como despegarse de los sueños, como olvidarse de las tardes en que recorría esas transitadas calles de asfalto, como doblegar a la melancolía entre tanto ruido que me trae de nuevo a la ciudad de gritos, de naves caídas y cuerpos muertos en ese trayecto que va del cielo a las grandes avenidas, como sí de se cielo llovieran muertos y la tierra pariera vivos, como pretender dormir cuando la historia no se conjuga, cuando dejé las fantasías en medio de un sueño de fuga y con miedo a respirar el polvo, ese polvo de la doliente despida, polvo que inmoviliza los sueños y se adueña de los espacios que parecen regalar libertades en corto. Con todo eso, me fugue, me invente una historia, un sentir, una amarga melancolía, compartí el mundo con navegantes de calles partidas por el va y ven de esos pasos que no llevan a nada, para descubrir que el destino es de otros.
Así que una noche me mude o más bien me fugue, le puse tantas fronteras a mis sueños de fuga, me invente el más largo de los trayectos, mares de por medio, pobreza hasta el espanto, llantos hasta la saciedad y después de toda la nada, ni siquiera esa luz de la que tanto se habla y que dicen que es el fin del camino tortuoso. Debilidad en su estado más simple, tristezas, engaños, soledad. Seguir las huellas de otros en medio del asfalto y no saber a donde te llevan, mencionar el nombre de la amante en los momentos más ridículos, más simples, más ahogados, porque no se tenía que no fuera un nombre, una burla, un miedo, una partida sin sentido, un engaño, quizá el engaño más cierto, quizá lo incierto es el haberlo sufrido.
Como dormir sin tener sueños, como caer rendido a las rutinas diarias, como poder despegarse de las realidades inconclusas, o creer que el destino existe, pero que tiene un toque de incierto, una melodía sin acústica; como entregarme sin límites y dejar que mis manos inventen un rostro, que mis letras reescriban la historia, esa historia que deja de lado el instante de la partida, ese instante de miedo intenso. Así que el intento de dormir cobijado por esos sueños de esperanza, por esas pasiones desmedidas donde la noche se queda corta, es tan solo un espejismo de lo nunca he conseguido. Olvidarme entonces de todo este andar, pretender como el que pretende sin saber que, es tal vez la peor de mis tonterías, y me juzgo, y me condeno, porque no existe espacio para más. Es como querer cobijarse de noche de los rayos de un sol dormido. Así que la historia continúa por las calles que a diario transito, calles donde la marca de esas huellas sobre el asfalto marcan una ruta y todas me devuelven a la ciudad de ruidos, de transeúntes inmovilizados por sus años de diarias despedidas, esos andantes perdidos, esas miradas agachadas, miradas que renuncian a la conquista, que se entregan en su rato más amargo a los placeres nunca antes descritos. Como entonces acostarse todas las noches y pretender que duermes despojado de los sueños, como evitar la proximidad de la locura, como inventarse un destino, un encuentro, una cita con el ombligo de nuestra historia, porque allí bebimos, porque allí nos nutrimos y ahora es tan solo la gran herida, que confundida con una cicatriz dejó de sangrar, dejó de emanar esa larga historia, dejó de nutrirnos, nos soltó de una vez y por todas, para vernos crecer o morir, como si la responsabilidad del padre terminara en ese instante con el hijo. Como negar que me duele esa tierra, esa geometría de excéntricos, esa ciudad de millones, ese ambiente extraño de miles de autos en un desfile diario, que nunca sabes si van o es que vienen, pero siempre en movimiento, como olvidarse de esa nubosidad a la que muchos más le temen, como ocultar todas las posibles historias o las imposibles, porque allí todo ocurre en cuestión de segundos, allí es el mundo de lo posible, lo imposible queda para otros, para esos, los que ya no creen en nada.