viernes, 30 de noviembre de 2007

Ella...


Ella es una mujer muy parecida a lo que no se puede tener,
habita en el sueño, en la fantasía más loca; a ella le sube desde la punta de los pies
hasta la nuca su encanto, otras veces, ese encanto se le pierde entre los cabellos,
ella es como un sitio donde nace el olvido de toda las cosas, basta
con cerrar los ojos, basta con estar cerca de ella, para transformarnos.

Esa mujer, nos hace entender que se pueden hacer todas las cosas
que un día pensamos que nunca se podrían hacer; incluso
se pueden cerrar los ojos y la sigues viendo,
cuando se acerca a tu lado izquierdo,
dicen que lo hace porque desea quedarse
para siempre, ella me habita desde hace un tiempo,
por supuesto que se instalo en mi lado izquierdo.

A veces grito, para que la gente se entere de que ella esta en mí,
pero ella por si misma me invade, que los gritos son algo
que no hace falta, el amor, se convierte como la noche
es algo que fluye de forma natural, luego mis manos
que en estos tiempos no conocen la quietud
se entretienen en el oleaje natural de las formas de su cuerpo.

Durante algún tiempo todas las cosas dentro de mí estallaban,
la señora soledad se encargaba de mi cuidado interno, todo tipo de ruidos,
la tristeza me hacía caer hecho pedazos, el corazón estaba casi seco,
la señora soledad se divertía viendo como la lluvia amargamente
mojaba hasta lo más profundo de mis huesos, estaba en medio
de la soledad más grande que hubiera podido conocer, un oleaje
de llantos alzaba la más grande de las marejadas, a nadie importaba.

Tenía unos huesos que danzaban a la soledad.

Ella, la mujer que sin decir alguna palabra ha venido
para tomar el puesto de la señora soledad, me ha devuelto
la sonrisa, al menos no perdemos el tiempo tratando armar
un rompecabezas imposible, pero ella con ese encanto
que se le pierde entre sus cabellos, con ese encanto
que le sube desde la punta de los pies y coquetea con su nunca
me reconstruye para invadirme con un amor aún más denso que la noche.


Ella, la mujer que no se puede tener, que se parece a la palabra magia,
la que me devuelve la vida, no me hará temblar como a un perro
en medio de una noche fría, tampoco me moverá al libre antojo
como lo hace el titiritero con sus marionetas, es decir, no estoy
condenado, ni al fracaso, ni al olvido, no estoy condenado
a regresar a los brazos de la señora soledad, ni a los ruidos secos,
mucho menos a los huesos en medio de su agónica danza, ella
no me condena a matarme, no tendré necesidad de ser grotesco,
para poder pasar el resto de mi muerte tendido como una
vieja marioneta que lo último que puedan repetir
sus labios sea el nombre de ella, de la mujer parecida
a la palabra que aún no se inventa, a la palabra
que nunca nadie a de decir, ella por la que ahora
me siento vivo, por la que no tengo necesidad de morir.

El último movimiento de mi boca será para decir su nombre.

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