miércoles, 21 de noviembre de 2007

Raíces...

Raíces…

Estas raíces que prenden,
estos mundos con su herrumbre
que constituyen nuestros cascajos,
nuestras lenguas que se parten
repartiendo con sus acentos
nuestros sueños,
nuestras silabas que cuentan lo que somos,
habitamos donde el viento silba,
donde nuestros hijos
juegan con un idioma inventado,
aves que tienen su casa en el sitio del olvido.

Lugares que no tienen estaciones del año definidas,
mis ojos jamás cansados de tanto sur,
ahora buscan el norte,
pero en ese norte no trato de dejar de ser indio,
no olvido mi lengua,
no olvido que mi piel es oscura,
no olvido que en las tetas de mi madre
otra lengua he mamado.

No viajo al norte en un mudanza de piel,
no viajo para quitar las ramas de indio
ni para quitarme de encima
mi sangre de zapoteca,
mis ramas son fuertes,
quizá mis hijos tenga que silbar
por un idioma que jamás podrán aprender,
quizá se tengan que debatir entre un inglés deformado,
entre un español mal logrado,
entre una cultura que decae.

Viajo al norte no para dejar de ser indio,
viajo porque deseo descubrir la cultura
del puente que se cae en su herrumbre,
viajo porque descubrí el rostro del amor inquietante,
porque pienso que en esa frontera el amor no se disfraza,
porque pienso que allí nada tiene el color negro,
a no ser por los cabellos de ella.

Estas raíces que prenden,
estas ramas que después serán raíces
y los hijos que aún no tenemos,
que tendrán que soñar con un idioma que he mamado,
que quizá nunca se enteren de su existencia,
estas ideas, estos locos sueños,
este andar que nos transforma
esta mudanza inmediata,
estas ganas de todo,
esta soledad que se esta ahuyentando,
este idioma que nunca se ha de morir,
este sur que me gusta más que el norte,
ese norte que nunca dejara de ser el sur de alguien más,
esta vida que se nos va.

Cuales son las cosas que prenden,
las cosas que por siempre se quedan.

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