miércoles, 28 de noviembre de 2007

La casa


La casa…

Nunca más tuve una casa,
nunca más me entretuve
en el cuerpo taciturno
de una mujer,
todo fue abrupto,
mi éxodo no fue otra cosa
que la locura extremo,
mi casa inexistente
fue el motivo de las batallas perdidas.

Mi cuerpo es una casa,
es todas las casas que pude tener,
al mismo tiempo no es nada,
es mi soledad, es mi silencio
es la derrota es el encuentro.

Nunca más tuve una casa,
me marche de ella a temprana edad,
tan temprana la edad
como temprana eran las inquietudes,
el primer amor aún no llegaba,
mi vida se interrumpió,
otras ciudades me contaban sus historias,
pero nunca esas ciudades
fueron mi casa,
mi casa lo fue mi cuerpo,
este cuerpo que se fue tatuando
con tintas indelebles,
mi sueño nunca fue igual,
mis manos dejaron de tocar
al cuerpo de mi infancia,
desde aquella impetuosa salida.

Acerca de decir nunca más,
es como estar condenado a no regresar a ella,
a perderse en el mudo silencio no existente,
a no dejar que el recuerdo
tome formas a vagar sin detenerme
por espacios nunca antes pensados,
como si vagar fuera la solución,
como si a la vuelta de la esquina
un nuevo destino estuviera esperando,
como si una nueva visión
de lo que pudiera existir estuviera allí,
pero después, de nuevo este sentimiento,
esta incapacidad, esta soledad,
soledad no de amigos,
no de cosas, sino de no tener casa,
esa casa de la infancia,
esa casa de los juegos,
esa casa de la que fui arrancado
mucho antes de nacer,
mucho antes de lanzar el primer grito,
esa casa donde a veces pienso que no debería morir,
esa casa que ya no existe más que en mi imaginación.

La casa, cuanto extraño la casa, aún sin conocerla, aún sin tenerla.

La casa, ¿qué es la casa, acaso no es un capricho
de cuatro paredes que nos atrapa?…

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