miércoles, 28 de noviembre de 2007

Historias


Yo podría contar que hace tres días me perdí por las calles del centro histórico, que me encontré con un viejecito que tocaba un violín, no se aún quien era más viejo si el violín o el viejecito, pero lo que si puedo decir, es que me llevo por lejanos años a dar un paseo en el otro México, en aquel que no aspiraba a tener una pista artificial de patinaje sobre hielo, se quiera o no eso causa cierta ilusión, aunque se debe confesar que no se sabe patinar ya sea sobre hielo o sin hielo, muy normal en mí no saber muchas cosas. Al viejo le ha costado mucho trabajo entender todos los cambios de estos últimos años, no tan solo los cambios tecnológicos, esos como sea jamás serán de importancia para él, además de que para el lo importante es tocar su violín y para ello ni siquiera precisa de partitura, los cambios que aún no comprenden tienen que ver con los cambios climáticos, con que existan días en los que el frío cala mucho más de lo que debería en temporadas inadecuadas o que llueva cuando ya no debería. Me dice que en sus tiempos hacía mucho más frío, pero todo en su tiempo, nunca en cualquier época del año. Mis amigos, los más jóvenes de seguro terminarían por reírse de él, no por sus ideas acerca de los cambios que nos vienen afectando, sobre todo esos que tienen que ver con el clima, sino con las cosas de la tecnología, pues el pobre hombre no entiende nada, él quizá se reiría de nosotros por la pobreza existente en nuestras almas, así que de alguna forma estaríamos a mano como se dice.

El viejecito sin duda no podría tocar jamás en su vida un allegro o un andante, ni creo que tenga idea de quien era Schubert o algún otro genio de la música, quizá el que no tenga idea de todo ello sea yo. El caso de mi visita un tanto perdida por las calles céntricas de la ciudad no tenían como único sentido rescatar mi buen gusto por la música, porque a decir verdad no soy conocedor de la música, para mí basta con un buen ritmo afro cubano para ponerle ritmo a la vida, poco se de otros ritmos y de arte como para pretender entender lo que de por si no se, lo que es claro que el viejecito estaba tocando música mexicana que tuvo origen en la Revolución, no se aún si motivado por ese espíritu de fiestas de estas fechas o por el simple placer que causa un día domingo en la plaza de la Constitución. El caso es que por allí lo encontré.

La ciudad es ideal para vivir, tiene su encanto, pero una vez que te habitúas a ella, por alguna razón dejas de sorprender y todo te parece tan lleno de rutina, tan complejo, tan monocromático, todo en una escala de grises impresionante. El viejo, dice que de tener 35 años menos vendería su casa y se iría a Europa, parece que todo mundo trae la fiebre de ese continente en la sangre o quizá su repunte económico lo ha vuelto un sitio por demás tractivo, el caso es que el pienso que le iría mejor si pudiera vender su casa, e ir alguna de esas callecitas europeas, supongo que no conoce dichas callecitas y no estoy seguro de que tenga televisión y las hubiera podido ver alguna vez, pero quizá lo ha hecho en fotos, pero todo es suponer, pero él dice que si pudiera estar en alguna de esas callecitas tocando sus canciones le iría muy bien, entonces con magistrales movimientos se lanza a las cuerdas ahogadas por nuestra platica de violín y les hace chillar, no se aún si chillaban o hablaban o declamaban o me reclamaban por tu ausencia no del todo lejana en tiempo y si en distancia, pero interpretaba aún mejor que el canto de cualquier gorrión, en ese instante sentí muchas ganas de llorar, de llamarte de tomar tus manos, de decir lo tonto que he sido con mi comportamiento, deje por un segundo que la emoción recorriera cada una de mis terminales emotivas, no me contuve, pero tampoco deje que las lagrimas recorrieran la piel de mi rostro, mis lagrimas cubrieron mi interior hasta llegar al mundo de tu presencia. El viejecito insistía con su idea que alguna ciudad italiana le vendría muy bien, pero que por razones de idioma prefería otro país, le dije que uno debe estar donde mejor se sienta a gusto, que los mudos no hablan italiano y se comunican a la perfección, se echo a reír con ganas, solo entonces note que no tenía dentadura. Una pareja de argentinos, eso más viejos que el violín, eso al juzgar por su aspecto, se acerco hasta nuestra pequeña reunión improvisada y se puso a bailar, después nos dijeron que no existe nada como el amor, como si entre el viejecito, el violín y yo se estuviera tejiendo un triangulo amoroso, lo que nadie sabia era que ese vínculo de amor era tan solo entre los dos, sin importar nombres y demás historias.

Podría seguir contando las cosas que esa tarde me pasaron, pero nada de eso tiene importancia, porque lo único que en verdad me lleno de vida fue ese encuentro que para algunos podría decir dado por la casualidad y que en palabras de Borges no es otra cosa que una cita, una cita que habría esperado algunos años en cumplirse, esos años que precisamente habrían tenido que llevar toda esta carga emocional para tener el valor que esa tarde fría de unos días atrás han tenido en mi vida, de otra forma no habrían sido sino una circunstancia más de vida. Después de todo, las cosas no suceden si uno no lo desea, si uno no se pone a buscar, si uno no se empeña en que pasen las cosas, si uno se cruza se brazos nada pasa y si uno se pone a lamentarse, lo único que se consigue es lamentarse hasta el día en que la muerte llegue. He convencido al viejecito que venda su casa, que se marcha a Europa., si desea irse a Italia, que lo haga, que finja estar mudo sino puede con el idioma, que se ponga a tocar su música que haga llorar su violín que le diga a la gente de ese mundo particular de donde es, que sueña, porque esta allí, que no deje de contar su historia, porque al final de todo, lo que andamos buscando es transcender, sin historia, es como no existir.

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