miércoles, 11 de marzo de 2009

Rutinarias...uno


Todos los días bajo el mismo espacio; en casa la misma silla porque domar a otra se complica, fuera de ella, la mirada baja, no sea que por mirar alto puedas molestar a alguien y acá no se andan con tientos. No crean que ando buscando, pues no existe mucho que buscar, me refiero a las cosas, los objetos por los que mucha gente muere, en el fondo, qué es la vida sino tiene ese sabor a búsqueda, no se trata de ir al súper mercado o cruzar al otro lado, para comprar, todo el tiempo es comprar y en pocas ocasiones se hace algo diferente, pocas te llaman y te dicen que debes ver en el cielo pues cuatro aviones gigantescos van dejando una enorme estela y te preguntan y te preguntas para donde diablos van y que estas haciendo acá, abajo. Muchos viajes terminan con la historia del consumismo, viajes de y por compras, otros tantos son para dejarse sorprender, para caer atrapado por los encantos propios de un lugar, que para los que allí viven se vuelve rutina y no representa más que la mismas calles, los mismos ruidos, la misma ansiedad. Con esta idea de lo viajes, recuerdo uno de los pocos lugares que he visitado. Mi llegada a Barcelona, fue accidentada, desde el mismo tiempo de partir. Estaba en casa de mamá cuando reserve el boleto, lo más económico posible, además de ser una buena opción para conocer, era Paris, así que porque no. Compre el boleto por alguna página electrónica de alguna línea mexicana que hace esos viajes. En esos días estaba muerto de miedo y no de emociones, mi comportamiento en general me estaba expulsando del país, pues no deseaba pasar una larga temporada encerrado, no deseaba perderme del mundo, de disfrutar de mi constante ambigüedad, ansiedad irrefutable que me fue carcomiendo durante todo el trayecto. Ha viajado mucho, algunas veces antes ya había estado en Europa, pero siempre como viajero, nunca con ganas de quedarme o mejor dicho con la necesidad de quedarme y eso si, nunca había estado como turista. Se me hizo eterno el viaje, no pude dormir durante todo el trayecto y la llegada a Paris, no solo fue impactante el ver desde el aire una gran ciudad, sino en ese momento me aterrorice aún más, pensaba que quizá para estas horas, ya estaba boletinado como un delincuente de alta peligrosidad o que incluso me hubieran catalogado como indeseable en cada uno de los país que pudiera visitar. La estancia en el aeropuerto de Paris no fue larga, como sea pude vencer las barreras del idioma, y me fui moviendo hasta estar en la estación de autobuses, donde según mis planes debería irme a España, la primera ciudad que se me vino a la cabeza fue Madrid, por lo menos estaban allí algunos amigos que había hecho en la visita pasada, y uno de mis primos, que sin afán de ofender, no me despertaba el más precario de los sentimientos, pero necesitaba esconderme, de ganarme la vida, de conseguir el preciado alimento, sino era yo parte de la historia.
En Paris, los agentes de migración no me sellaron el pasaporte, lo cual se convirtió en el primer gran error de este viaje, sin sello de entrada, sin el boleto de regreso a la mano, ya que los boletos electrónicos solo se imprime la confirmación y yo con todos mis miedos olvide hacerlo, estaba metido en un gran lío si deseaba moverme, lo único posible era vagar en toda Francia, pues la situación así se prestaba, no existía inconveniente en ello, pero me sentía vulnerable en esas tierras, no se prestaba a la comunicación, ellos con su idioma que se dice romántico y propicio para el amor, me hacían pensar que se trataban de conspiradores cuando se referían a mi persona o me regalaban un saludo. Uno puede creer en esos momentos todo lo que le digan, por teléfono me habían dicho hasta el día de mi muerte, las amenazas venían con cada timbre, con cada persona extraña que se acercaba por la casa, con cada noticia vista por la televisión y por cada nota descifrada en el Internet, todo estaba en contra de uno y uno se creía a pie juntillas ese de ser el peor rufián de este mundo. Daban ganas de detenerse, de ofrecerles el cuello para que esos depredadores nocturnos dejaran de herirme poco a poco, pero según llegue a creer lo único que podía ofrecerles eran mis muñecas y dejarme de miedos, pero luego te dicen que en la grande, las cosas van peor, que allí esta la escoria, asaltantes, voladores, asesinos, en fin, el panorama no presentaba en si el mejor de los escenarios, más bien daba tintes de una vida en camino de su perdición.
Por supuesto que siempre pensé en que mi historia era única, pero la realidad siempre es diferente a lo que uno cree o sueña, la realidad es un mundo aparte y para la gran mayoría resulta ser irreal, inaccesible, y por tanto en mucho de los casos hasta ridícula. Siempre me decía que yo era un Fauno, a ciencia cierta no puedo decir, si por aquello de que se son semi Dioses, o más bien por la idea de sus Ninfas, dicen que en sus espacios habitan hermosas Ninfas que le alegran la vida, como si un Fauno fuera un ser triste, pero siempre he creído que son enigmáticos, que guardan un gran secreto, que están pendientes de la vida de los hombres y que no dejan su vida a la deriva, que están llenos de conocimientos de la vida e historia de este nuestro mundo, la idea de ser un semi Dios, te lleva por descontado a la idea de ser un demonio, aunque no del todo, es como un paso intermedio. Muy en el fondo estaba conciente de que no podía ni puedo ser un Fauno, no crean que es por falta de sueño o de capacidad para imaginar, pero mi gusto por las Ninfas solo se atribuía a sueños de seductor, pues a la hora de la hora siempre termina por imponerse mi realidad y mi condición de lealtad, por otro lado, el mundo real, no tanto el mundo de las obligaciones, sino el mundo que grita desde un estomago vacío o un dolor intenso de cabeza, te trae sin prejuicio alguno a tu realidad, a ese mundo que despierta antes que el sol y que se termina a altas horas de la noche, porque no existe otra forma de concebirse, porque si bien el ocio es la madre de todos los vicios, la necesidad no permite paternidad alguna.
Cierto es que deseaba conocer el limite de mis destierros, que si ya me había ganado el titulo de rufián, me era necesario conocer más allá de mis limites anteriores, aunque el miedo, es un instrumento que no te deja avanzar ni siquiera un paso más. Añadido a los sentimientos, estaban la soledad, la ausencia de sueños, me refiero a esos sueños de ser parte de la historia de alguien más, esa necesidad, de quitarle la orfandad al amor, tener una amante enamorada y enamorarse de ella, tener esa capacidad de verme en sus ojos y contarle las cosas que me han pasado, lo que pienso, lo que deseo, esa necesidad que quizá todos tenemos pero que negamos desde el corazón, como si al reconocerlo, los seres mitológicos adquirieran nuestras formas y estuviéramos cegados al conocimiento de la vida, cíclopes que nos confunden y un cuerno enterrado en el corazón, pudriendo nuestra inocencia y desechando el amor, porque no somos capaces de encontrar las ganas de amar en nadie más que no este en el recuerdo, que dicho de una forma grotesca no es otra cosa que nuestra incapacidad para razonar, me arrepentido de la mala palabra y la dejo para líneas futuras, es como tener un as bajo la manga que solo puede salir en un momento de verdadero apremio.
La cosa en Paris no se tornaba compleja. Era temporada de vacaciones, el aeropuerto estaba a más no poder, lo primero que pensé al salir de la zona de migración, no tenía nada que ver con viajes o aventuras futuras, estaba enojado, nunca había tenido necesidad de salir huyendo, entonces estar allí no representaba un largo viaje por gusto, sino una necesidad inevitable si es que deseaba seguir libre, lo cual es aterrador. Me senté en medio de la sala de llegadas, sobre una gran maleta verde con dibujos de Mickey Mouse, era mi primera acción de rebeldía, me puse a hurgar entre la gente, pero estaba por decirlo de alguna forma, en medio de una gran colmena y las abejas no dejaban de mover sus alas y solo escuchaba el murmullo de voces, el batir de las alas y el zumbido, un ruido que me fue dejando sordo, que agudizo otros de mis sentidos, pero que sobre todas las cosas me regalo una visión que quizá nunca más volveré a tener. Allí, en medio del aeropuerto de Paris, descubría por primera vez la belleza, el símbolo máximo que los humanos buscamos por todos los tiempos de nuestra vida, la belleza vista según nosotros de forma objetiva, pero como depende de los ojos de cada observador, pues se torna subjetiva, una belleza que no contabilizaba tiempos, una belleza que podría durar lo mismo que la vida o que al verse agredida por el constante movimiento de lo que llamamos tiempo, fuera perdiendo brillo y su paso no solo fuera efímero sino marchito, pero la belleza trae consigo más belleza, es como si de pronto todo pudiera multiplicarse, todo pudiera reproducirse en cantidades nunca antes vista y mucho menos imaginadas. Pero con todo y ese mundo de bellezas, París no podría ser lo que hasta hoy sigue siendo, un lugar ajeno, un mundo lejos de nuestra verdadera pasión, sin importar que los enamorados y los mexicanos soñemos mucho con ello, eso quizá se lo debemos a Don Porfirio Díaz con alguno de sus asociados que hasta al día de hoy hacen que sus caprichos sobrevivan, Paris la ciudad luz y del amor, el amor que esta en cada uno de nosotros, por qué salir entonces a buscarlo, aunque estar allí es algo extraordinario, sobre todo si lo haces olvidando que puedes ser turista, siempre es mejor andar como viajero.

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