viernes, 13 de marzo de 2009

Rutinarias...seis


La gente cuando me ve por la calle, le da por reírse, me llaman pelón, pelón pelonete cabeza de cuete, pelonchas, pinché pelón, que por apelativos nunca paran. Nuestro cuerpo dicta su historia, según te ven, te tratan, una persona gorda tiene menos probabilidades de todo en la vida y de allí que algunos médicos se aprovechen y hagan tratamientos reductivos con ellos, el negocio del siglo son los gordos, aunque estas palabras se escuchen agresivas. En la escuela, mucho antes de que perdiera el cabello, todos eran muy agresivos, por un tiempo tuve la necesidad de defenderme, muchas de las veces manchaba el uniforme de sangre, lo que era invariable es que a la hora del recreo, se tenía que desgastar la punta de los zapatos, patadas a las sillas o los mesa-bancos, patada a la pelota, patadas al cuerpo de los compañeros, patadas al perro hambriento que intentaba morderte, cada uno jugaba a que era un tal Hugo Sánchez e intentaba hacer sus famosas “chilenas”, por su puesto que no era el único héroe del momento, y tampoco había dejado de jugar con los Pumas, aunque el goleador era el “cabo” Cabinho, pero lo mejor de todo era dar patadas. Recuerdo que el gran héroe vestía con mascaras, podría ser el Santo, Blue Demon, o Huracán Ramírez por mencionar algunos, era cuando la vida adquiría sentido, cuando el patio de atrás no solo se me hacía inmenso, sino que único, por mucho que te subieras a un árbol, nunca se podía observar el limite, no existía lo real y el sueño como un mundo único, el mundo era solo uno y mágico, era un mundo de patadas y trompones, un mundo que se disculpa de las agresiones gracias a esos héroes que nos hacían pasar los días de forma dinámica y alegre, las tristezas allí no contaban, el mundo de atrás, ese mundo del pasado, de las agresiones verbales, de los golpes mal intencionados que trataban de sacarte la sangre, se justificaban con nuestros juegos, con los recreos incipientes que nos sabían a salado. Del cuerpo que contarles, al menos el mío fue objeto de burla durante mucho tiempo, uno suele burlarse de otras cosas, de la nariz, de los ojos, o del cabello, pero pocas veces del cuerpo, pero el mío era en extremo flaco y parecía débil, pero resistía todos los embates sin caerse. Ahora, que pasaron los años, pocas cosas han cambiado, al menos la gente cuando me ve en las calles no puede ocultar su burla, se ríen abiertamente, no dejan de decirme pelón, pinché pelón, y una que otra vez peloncito, no me duele la burla, lo que me preocupa es no poder decir nada, tampoco ando por la calle con la cabeza agachada, ando siempre recto, observo directo, me atrevo, pero como le dices a alguien algo sin que sea agresivo, como le haces entender que no deseas igualarte, que el mundo así carece de sentido.
Contarles como es que soy, el como es mi cara no tiene sentido, porque pienso que se trata de una tarea inútil. Por lo menos ya les he dicho que no tengo cabello, es cierto soy calvo, no es algo que yo hubiera querido, pero esas cosas no son las que se desean; son de las que pasan o no, y no se si en ello tiene que ver con las herencias de nuestros padres o se trata de alguna enfermedad, de ser así, de tratarse de alguna enfermedad debo empezar a cuidarme, no sea que un día tenga algo contagioso. Mi nariz es lo que se dice chata, muchas veces me hicieron burla con eso, por supuesto que no me comparaban con Pinocho, pero me decían que sino olía o es que estaba chato. La nariz siempre despierta una serie de comentarios sin sentido, al grado que uno puede llegar a ofenderse, sobre todo por el tono en que se dicen las cosas. Mi piel es morena, pero ni es morena clara u oscura, solo un moreno neutral, algunos amigos me decían así, “moreno”, a veces pensé que se estaban burlando, pero eso ya es tener encima algún complejo. La cejas casi no existen, una pequeña cantidad de vellos la definen, pero lo que más se tiene es ausencia; unos labios delgados, digamos que de débil definición; por la falta de molares no me preocupo, pues nadie anda hurgando dentro de mi boca, he crecido con muchas limitaciones, pero lo que más me caracteriza es el estar siempre callado y a la defensiva, comportamiento que después me llevo a convertirme en agresivo, pero un agresivo paciente, de esos que se esperan hasta el último segundo para reaccionar. Boca amable y cejas invisibles, que más se puede pedir, a no ser que uno pudiera desear una cabeza que pasara por alto las burlas de los demás, pero ya me acostumbre a la idea de que siempre me digan, pelón, pelochas, pelón pelonte cabeza de cuete.
Cuando ando por la calle, miro sin mirar, confieso que tengo algo de miedo, ese miedo que durante muchos años me fue negado, no es que el tener miedo sea una virtud, pero acá si levantas la mirada puede convertirse en una ofensa y luego tu cuerpo aparece en medio de una balacera, en medio de tanto escándalo, claro que apareces muerto y con las manos atadas, otras veces no se necesita de las balaceras para justificar tu aparición, pues te lanzan de algún auto en plena marcha y allí te quedas, hasta que alguien llegue y se encargue de recogerte y si corres con suerte de que tu familia se entere, pues reclaman lo que pueda quedar de tu cuerpo y te despiden como debe ser. Andar con la cabeza abajo es algo que no hago, solo ando por las calles con un poco de prudencia, pero siempre pelón, pues no tengo alternativa, sin importar que el sol queme mucho.
Los recuerdos siempre están presente, por alguna razón saltan de nuestra memoria cuando algo nos ocurre; no es fácil vivir sin recuerdos, es parte de la experiencia, de la memoria que vamos haciendo ya sea de forma individual o colectiva, la memoria es la que siempre nos dicta parte de estas rutinas que nos vamos fabricando, porque tenemos necesidad de contar algo, porque si dejamos de contar algo es como si estuviéramos incompletos y todo esto es entonces una gran necesidad. Nos contamos cosas, acudimos al recuerdo casi siempre y un día en medio de ciudades desconocidas nos preguntamos que demonios estamos haciendo allí, a que se debe tanto movimiento y empezamos a observar a nuestro alrededor y lo único que podemos sacar en claro es que estamos solos, y solos de nada nos sirve lo que vamos haciendo, porque entonces a quien le vamos a contar todo esto que nos sucede. Los tiempos desobedecen nuestros caprichos.

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