miércoles, 18 de marzo de 2009

Rutinarias...siete


Durante mucho tiempo había deseado viajar por Europa, quedarme a vivir en medio de alguna ciudad romántica, por supuesto que todo lo que estaba ocurriendo en esos momentos nada tenía que ver con mis expectativas, el sur de Francia en autobús, ese sur desconocido, que por más belleza que pudiera tener no lograría atrapar mi mirada más que de una forma inmediata, de forma efímera, sin sentido, hasta llevarme a soñar con espacios que nunca más volvería a recorrer, hasta dejarme en medio e tanta soledad y pendiente de los ruidos. La compañía en el autobús no era nada mala, al menos tenía algo de que platicar, de enterarme de las historias ajenas, sin tener prejuicios de ello, historias que salían sin tener otra intención que dejarnos llenos de su mundo, ese mundo que hasta hace unas horas era del todo desconocido. En el autobús viajaba una familia Rumanos, tres pequeños que viajaban con sus padres, en ese año, Rumania aún no se integraba a la comunidad Europea, por lo que podrían estar incurriendo en el delito de viajar como ilegales, sobre todo si planeaban conseguir trabajo en alguna tierra de la comunidad o en el mejor de los casos si intentaban quedarse a vivir en alguno de esos lugares. El camino hasta la frontera española era muy largo, no puse atención de todos los rumbos que el camión fue desandando para poder llegar al sitio esperado, no repare en anotar en la agenda cada uno de los sitios donde se hacía alguna parada ni mucho menos puse atención en los sitios de descanso, estaba en agonía, poco faltaba para que me abandonara a mi suerte, poco me hacía falta para pedir caer muerto, pero a quien se le pide la muerte, acaso existe un ser poderoso que escucha nuestros ruegos, pero sobre todo cumple con nuestras suplicas, seguro que no es así. La mexicana con atuendo de los años 50, no paraba de hablar, me comentaba de los diversos espectáculos que habían montado en Paris, me hablaba del espectáculo llamado cabaret, un espectáculo hasta esta fecha ignorado por mí, pero que al parecer es muy bien conocido por todos lo largo de este mundo.
Por un segundo la confusión emocional, la poca facilidad de desenvolverme, la soledad y las ganas de huir, de perderme, de no saber ya nada de mi existencia, me nublaron el entendimiento. Después de muchas horas de viaje el hambre empezó hacer de las suyas, tuve necesidad de comer, ansiaba que el autobús se detuviera, que el conductor gritara hora de comer, ruegos que fueron atendidos de forma casi inmediata, al menos eso fue lo que me pareció. En el restaurante que nos paramos no habían grandes platillos, era lo que se dice un lugar en la carretera, donde se venden las comidas típicas de los sitios de carretera, algunas comidas tradicionales, así como los recuerdos, por alguna razón esos sitios siempre tienen objetos para llevar como recuerdos de la visita a ese lugar, quizá lugares que nadie sabe de su existencia, pero que te invitan a llevarte algo en su nombre, un nombre que se borra ante el siguiente acto sin importancia. La familia de Rumanos, descendió del autobús, sus tres pequeños hijos se quejaban del hambre, y el hombre se rascaba la cabeza diciendo que le era imposible pagar un solo alimento. Por primera vez a lo largo del viaje alguien me rompía el corazón, me resulta poco creíble que un padre se estuviera desplazando a otras tierras sin tener siquiera para la comida de sus pequeños, no era posible, que alguien no pudiera preveer las consecuencias de un viaje de esta naturaleza, pero entonces me pregunte, de cómo debería ser la situación en su país como para atreverse a viajar, como para arriesgarse a una deportación y sobre todo para hacer un viaje lleno de miedos y hambre, como dije antes se me rompió el corazón, así que me olvide de mis ideas de cuidar el dinero, les compre la comida a cada uno de los miembros de la familia, que dicho sea de paso, se olvidaron de hablar en español y desde ese momento solo hablan en un lenguaje extraño, que era del todo desconocido para mí. Cuando terminaron de comer, los niños se pusieron a correr por todo el lugar, recordé aquello de barriga llena, corazón contento. El padre se compró una cajetilla de cigarros, considerando que en Francia los cigarros son muy caros, me puse hacer cuentas mentales y bien podría haber comprado comida para todos sus hijos, pero pude entender que el vicio es superior a cualquiera de las obligaciones. Y si bien se trataba de un circo, es decir, era una familia entrenada, una familia de gitanos que dejan todo a su suerte y solo cuando observan que será imposible lograr lo que pretenden es cuando se dan por vencidos y sacan su dinero y suplen sus necesidades, sea como sea yo había caído en su red y poco ganaba con cuestionarme. En Europa y no se aún si por todo el mundo es igual, pero los gitanos tienen mala fama, todo mundo los acusa de ladrones, todo mundo piensa que no les puedes tener confianza porque a la primera oportunidad te dejan sin tus cosas. Siempre me creído de las historias no bien contadas acerca de mi origen, que soy descendiente de gitanos, que mi naturaleza me obliga a moverme, pero esa misma naturaleza me transforma en ladrón, pero es posible que todo ese comportamiento se traiga en la sangre y no se logre pulir con el comportamiento. Después de todo quien sabe lo que es en realidad. Un día me nombraron vagabundo, pero no en el sentido de esa gente que anda de un lugar a otro, sino esa gente que aprovecha una oportunidad y se mete a lugares donde por cualquier razón se les abre la puerta, un aspecto más de los gitanos. Me enoje mucho por el título sin sentido, al menos yo no había pedido nada de lo que me pasaba, sin embargo tenía que soportarlo, siempre en silencio, porque el silencio es la mejor regla de convivencia, tendría que soportar que me llamasen mantenido, oportunista, de alguna forma aprovechado, todo porque las reglas de una sociedad demandan ciertos comportamientos y cualquiera que no este dentro de esos parámetros merece ser juzgado, que diablos importaba todo eso, si lo principal, lo que tiene que ver con los sueños era posible de hacer. Las horas de viaje seguían su curso, quizá podría contar acerca de los grandes campos de trigo, o como en algunos lugares se notaba la formación de montañas, podría contar de edificios con los que uno se alucina y gente bonita caminando por las calles, podría contar las mil imágenes que se me vienen a la mente, las platicas que sostenía en el autobús y la noticia que me dieron mucho antes de cruzar por la garita de migración entre Francia y España. Sea como sea, me fui sincerando con la mujer que me hacía compañía desde la terminal de autobuses en Paris, no tuve más opción que ser amable con la única persona que había permanecido a mi lado en las últimas horas, no quise verlo así, pero se podría tratar de mi tabla salvavidas, acaso no era algo por lo que estaba rogando en las últimas horas, no era complejo, pero podría ser acaso desleal con mi forma de pensar, podría traicionarme y de paso traicionar a una persona con tal de sentirme seguro, podría nombrarle amor al miedo, dejarme vencer por completo y besar una boca que al paso de los años había aprendido a pintarse por cualquier lugar pero nunca en los labios, que me estaba pasando, que me estaba moviendo, era mi incapacidad tal que me habría conformado, era tal mi miedo que hubiera sido posible caer hasta lo sublime y arrastrarme en medio de lo ridículo, confieso que poco me falto para sucumbir, para dar por sentado que el destino del hombre estaba hecho, que no existe nada por luchar y que tarde o temprano caemos siempre al mismo lugar, y luego el miedo y luego la edad son lo que empeoran todo. Europa empezaba a tramar todas las traiciones posibles que les ofrece a sus habitantes, si quería vivir en ella, tendría que aprender de sus mañas, tendría que acostumbrarme a la idea de andar a salto de mata, la vida en ese lado debería estar matizada por un mundo de delincuencia, nada volvería a los ritmos de antes y todo por la mala educación, la mala educación con el dinero, con las acciones, con la honestidad, con la vergüenza pero sobre todo con la vida, perdí el respeto por ella, me deje arrastrar por mentiras, por miedos y después ya no pude más con mis miedos hasta perderme en medio de un viaje sin sentido, en medio de un autobús que si bien tenía un destino fijado, poco tenía que ver con mi destino a lo largo de la vida y que era yo en ese instante, ¿un fugitivo de mis temores acaso?

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