viernes, 13 de marzo de 2009

Rutinarias...cuatro


Escuche mi nombre, tarde mucho tiempo para entender que se trataba de mí, no estaba ya acostumbrado a que me nombraran como antes. No tan solo es el nombre como nos conocemos todos, sino lo que nos da esa complicada identidad que arrastra con todas las historias y antecedentes. Las imágenes que podía tener, eran muy claras, imposible estar soñando, imposible creer que algo o alguien se había metido en mi cabeza para manipular la realidad que experimentaba. Me llamaron para decirme que no tenía caso seguir huyendo, que tarde o temprano toda la verdad sería revelada y que no bastan unos cuantos cambios para maquillar lo que fuimos y que debería cumplir con mis responsabilidades, pero qué son las responsabilidades sino otro invento, para justificarnos de nuestros errores. Escuche mi nombre a través de la línea telefónica, me dio por temblar y sentí asco, mucho asco y ganas de salir huyendo para siempre, de terminar con aquella situación que me persigue del pasado, me dieron ganas de gritar que no soy el otro que el mundo me confunde. Pensé que todo esto no es otra cosa que una cita que he aplazado durante un largo tiempo y que ya era tiempo de cumplirla. Del teléfono pase a las imágenes de un hombre que me amenazaba, que me leía mis posibles derechos y que por más que lo intentaba no podía ocultar su risa irónica, me desesperé y sentí como el dolor constante de mi cabeza se intensificaba y rasgaba todo su interior, su risa no podría ser más burlona; me pidió que me identificara, no le basto que le entregara mi credencial de elector o el pasaporte, me dijo que tenía dudas fundadas acerca de mi identidad, que alguien había chivateado, que me habían puesto el dedo y que del dedo precisamente obtendría la información que necesitaba para comprobar quien era yo en realidad, por supuesto que me hablo por mi nombre y se identifico como la persona que horas antes me había llamado por teléfono. Eso de las huellas no me pareció una buena idea, pero no podía demostrarle mi miedo, así que le dije que me mostrara una orden correspondiente para hacerlo y que además me explicara de que me estaba acusando. El hombre no me dijo nada, volvió a repetir mi nombre, se burlo abiertamente y me pidió que lo acompañara.
Saco dentro de un portafolios viejo, un sobre tamaño carta, de esos sobres amarillos. Me dijo antes de continuar, esto es para usted, quiero que lea, que se informe y si esta de acuerdo podemos seguir con nuestras vidas de otra forma le pediré por favor que me acompañe. Tenía un rostro frío, como si en el se hubiera instalado la eternidad. Toque el sobre, mientras un temblor se apoderaba de mí, no deseaba abrirlo, no sabía que esperarme, de alguna forma estaba sorprendido y lleno de miedo, como es que alguien ajeno a los secretos de la familia se había enterado, la traición tendría que venir de la familia, alguien dolido por mi comportamiento me había vendido, no se necesita ser Dios para ser vendido, como tampoco se necesita ser Judas para vender. Jugué un rato con el sobre entre mis manos, luego le pedí que me dejara por un momento a solas, solo así estaba dispuesto abrirlo. No podía pensar, el mundo y la historia empezaron a trasminarse por los poros invisibles del sobre amarillo, temblé como nunca e imagine había llegado el momento de afrontar todas las consecuencias de mis actos, sino era ahora, nunca más tendría la fuerza para hacerlo.
Lo abrí, no pensé en nada, no me propuse dejarme sorprender, era irracional mi actitud, podrían haber puesto una bomba o alguna trampa, no tendrían porque ser papeles que denotaran mi identidad ni la prueba irrefutable de lo que deje de ser, pero a cambio de todas esas consideraciones había una buena cantidad de hojas en blanco, y una nota entre todas ellas que decía, aquí puedes anotar lo que ahora eres y olvidar lo que dejaste de ser. Supuse que se trataba de una broma, que alguno de mis amigos no tenía nada que hacer y había decidido jugarme una broma, nadie más podría saber mi necesidad de ir escribiendo, pocos saben acerca de lo que en verdad me mueve, entonces como es que alguien me sugería que esas paginas estaban disponibles para mi historia, como es que alguien salía de la nada y me gastaba tal broma, busque de inmediato por todos los sitios posibles, no me había dado cuenta pero no estaba solo, me encontraba sentado en el aeropuerto de Paris, como había sucedido algunos años antes cuando empecé con esta nueva vida, frente de mí estaba la mujer hermosa que hace un tiempo había olvidado; sentí un resoplido en el cuello, mire a todos lados y esperaba encontrarme con alguien en franca huida, alguien que por su sonrisa pudiera delatarse, pero nada, la gente continuaba con sus rutinas de aeropuertos, mucha gente y en ese momento sentí tanto miedo que pensé que estaba por morir.
Me sentí inmerso en una soledad aún más profunda hasta las ahora experimentadas, el hombre e reconocía, sabía mis defectos, sabía de mis necesidades y de todo lo que deje de ser. Lo que antes había hecho no era tan malo, no por eso se va uno a la cárcel, al menos no hasta hace algunos años, ahora, con eso de que las leyes se aplican como mejor convenga ya ni se que se pretende. Regrese a buscar al hombre, pero en su lugar estaba una mujer, con el mismo portafolios y le pregunte por el tipo que antes me había entregado el sobre amarillo tamaño carta, ese sobre anónimo, pero que al parecer su contenido estaba dedicado a mí, él sabía de forma clara lo que me gustaba, pero sobre todo se había metido a mi interior y había escandalizado mis miedos, poca gente sabe donde están y lo que son en realidad. En ese momento no podía jugar a la idea de la duplicidad, es imposible que alguien me suplantara o que me conciencia estuviera reclamando por lo que deje de ser y de paso lo que deje de hacer. La mujer me sonrió, pero no me entrego alguna respuesta, así que en el ambiente reinaba el silencio y de pronto el escenario ya no era el mismo, y como entender que pasas de la sala de espera de un aeropuerto en Paris, a la casa de mi madre. Sin duda aquel mensaje oculto en el sobre amarillo, venía a exigirme que cumpliera con la tarea que había dejado abandonada, pero se trataba entonces de un sentencia que se logra después de un juicio, o se trataba de hacerme ver que estaba dejando de lado todo lo que había planeado para esta vida que no terminaba de empezar en lo que más me gustaba y que es el escribir, un reclamo o una sentencia, que extraños designios no tiene la vida como enviarnos mensajes en sobres anónimos y que sobre todo como entender su lenguaje más caprichoso.

Recordé los años de mi infancia, la falta de prejuicios me hacía libre y podía imaginar y contar cosas sin el temor de que alguien me dijera que estaba mal, recordé el tiempo en que las criticas no me destruían, eso sin importar de quienes vinieran, entonces por qué ahora, esas cosas sin sentido se apoderaban de mi imaginación y no me dejaban dormir, por qué ahora se vestían de una importancia que nunca existió, quise recordar en que momento decidí que deseaba ser escritor, si es que existe un momento para ello, me pregunte si es que algún día sería posible dejar atrás todos mis miedos y por fin hacer lo que sueño, pero todo ello metido en un ambiente desconocido.

Regresé en el tiempo, llegue al instante en que el hombre me entrego el sobre amarillo, pero esta vez no pude ver de forma definida su rostro, me grabe el olor que despedía pero no correspondía a ninguno de mis recuerdos, quizá era el cansancio, quizá era el haber escuchado tantas veces esa voz amenazadora al otro lado del teléfono o tal vez sea que nunca pude olvidar por completo a esa mujer hermosa que conocí en el aeropuerto de Paris y que me tuve que conformar con una sonrisa, porque ella no estaba dispuesta a rescatarme, como tampoco podría saber que mi mirada reclamaba un poco de comprensión, más que de amor, como podría saberlo ella si estaba a acostumbrada a que la vieran y a regalar una sonrisa para hacer más ameno el encuentro de miradas. Como sea regrese en el pensamiento y los recuerdos. Estaba yo allí, incapacitado, viendo las hojas blancas, cuando sonó el despertador y entendí que se trataba de una jugada del sueño y que tan solo era cuestión de tiempo, para que las cosas volvieran a esa supuesta normalidad. Desperté y dije que no podría dejarme vencer por los miedos ni por el tiempo. Tiempo. Entonces cierro los ojos de nuevo y por fin puedo dormir.

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