miércoles, 11 de marzo de 2009

Rutinarias...tres


Todos los días me repetía que de tener una segunda oportunidad, sería otro. Un día pensé que de tener disciplina, podría ser escritor, claro que eso no es como tener piano y ser pianista. No importa, si tienes o no una segunda oportunidad en la vida, pues todo va cambiando sin importar el ritmo o el tiempo, así que esos sueños de la segunda oportunidad solo se transformaron en el inicio de las nuevas aventuras, en resumidas cuentas ya estaba caminando hacia donde quería solo que no me importaba en lo más mínimo la disciplina, después de todo terminaría por ser escritor, sin importar nada más. Por supuesto que para mucho gente lo que yo pueda escribir carece de sentido, pero no me importan los movimientos lógicos del pensamiento o si algo lleva una estructura, porque en realidad me gusta estar en contra de lo que todos hacen aunque mis historias pueden ser retazos de las ideas de otros y todo porque se me adelantaron, pero no i8mporta porque también yo las he pensado y eso es lo que en verdad me importa. No creo que pueda ser pianista de la noche a la mañana pero esa imposibilidad no es una necesidad de por vida, después de todo por qué tenemos que estar condicionados a caprichos que nos son ajenos. Los primeros instantes en Paris fueron catastróficos, de inmediato quise regresarme, mucha gente amontonada en el aeropuerto me hicieron entrar en pánico, allí no podría ser nada, debería partir desde la nulidad si es que desea que mi vida tuviera otro sentido, pero como darle sentido a lo que haces cuando no le puedes contar a nadie lo que res, lo que eras, lo que hiciste, sin quererlo, te tienes que poner una mascara de ladrón, una mascara de alegre, una mascara de buena gente y tienes que empezar a actuar y poner siempre buena cara, sin importar que lo que te digan o pidan no sea algo que tu quieras. La gente habla de tantas cosas, hablan de la virginidad, de los hombres que no trabajan, de los impuestos retenidos y de las recesiones económicas, la gente habla de la mala gente, de la que vive de forma amañada, pero todos sabemos que el que se amaña se apaña y no es una novedad. Me presente al mostrador de la línea aérea que me había llevado apenas unas horas a París, les pregunte si me podría regresar en el siguiente vuelo y sin dejar de sonreír la señorita que me atendió me dijo que por desgracia era temporada alta y si quería viajar a México o esperaba la fecha que ya tenía reservada o tendría que dejar pasar por lo menos un mes, pues los boletos ya estaban agotados, ni quien pensara en las recesiones económicas en esos tiempos. Así que no tenía más opción de seguir moviéndome, allí no había un buen sitio para mí, eso sin contar que el dinero se terminaría mucho antes de lo que termina un suspiro, las cosas en París, parecen tener costos muy altos, no por los 100 euros que te pueda costar la noche en un hotel espantoso, o 8 euros que cuesta el viaje en el tren o metro, ni por los 5 euros que cueste una botella de agua, sino porque en general la vida aprisa era la que me ponía en moviendo, esa vida de ahogos, de soledad, de aprensión y ahora pagar todo eso, es decir la misma vida pero quintuplicado sus gastos, sin duda me harían mover aún de forma más acelerada. No había opción, tendría que moverme.
No se muchas cosas del infierno, lo cierto es que este viaje, ya se estaba tornando agresivo, no dejaba espacios para sueños, por primera vez en un viaje tendría que actuar de forma fría y entender que del otro lado, de mi lado natural ya no existía un solo espacio para mi vida, que tendría que empezar a olvidarme de ello, de empezar a jugar con la agonía de los recuerdos e irme borrando paulatinamente a gente que ya quería para inventarle un lugar a nuevos amigos, pero siempre me he preguntado si eso es posible. El infierno si es que existe, desde ese momento lo traía instalado en mi cuerpo, en mis pensamientos, si es que se deben pagar las culpas, si es que uno para acceder a cosas mejores tiene que pasar por estas circunstancias, entonces ya había empezado a morir sin siquiera desearlo, estaba desesperado y como dije antes solo deseaba una oportunidad más, aunque me he preguntado desde aquel día para que la necesitaba.
Poco me falto para que mi viaje a Madrid fuera en una lata de sardinas, debe ser romántico cuando te imaginas una situación, pero la verdad es que el servicio en un país de los llamados de primer mundo dejaba mucho que desear eso sin contar que ya estaba acostumbrado a los transportes del tercer mundo, la diferencia no era grata y mucho menos para ser recordada, pero tenía que viajar.
Nunca deje de creer en mis sueños, nunca imagine que mi vida se pudiera terminar allí, estaba conciente que lo peor estaba aún por venir y que no existe nada más triste para una persona que el perder el nombre, sin importar las circunstancias que lo llevan a eso, pero por supuesto que nadie tenía porque saber lo que yo estaba viviendo, sin embargo tenía muchas ganas de contar lo que estaba por venir.

En la sala de llegada del aeropuerto en París, que dicho sea de paso, funciona como sala de salida, es decir, lo propio de una sala de espera, deseaba que algo sucediera. Acaso esperaba que alguien lanzara un salvavidas, pero que tipo de salvavidas se requiere en medio de tanta gente que planta muy bien sus pies dentro de la seguridad del concreto, que necesita una persona para ser salvada, acaso que suene una campana o es que todo lo que imaginaba carecía de sentido y sobre todo de utilidad. Pensé en la chica hermosa que había visto apenas unos segundos antes, soñé porque no existe otra manera de definirlo que ella se acercaría y me hablaría en un español tan perfecto que juraría nunca antes haber escuchado a alguien hablar así y que me preguntaría por lo que me aqueja, pensé que ella cancelaría su viaje y me ofrecería su vida, pero quien ofrece su vida de buenas a primeras, quien deja sus sueños por salvar a un desconocido, quien lanza un salvavidas así sin más, sin importar lo que pueda suceder, pero sobre todo quien deja de ser egoísta y piensa que hacer lo que le nace es lo correcto, sobre todo si eso le lleva parte de lo que es, supongo que nadie. Quería ser sorprendido, y cada moviendo e incluso una sonrisa me hicieron temblar como nunca antes, no me estaba enamorando, era muy simple, estaba muerto de miedo. Pensé que alguien me llamaría por el alta voz del aeropuerto, y que me dirían que espere un poco más, que ya están por llegar, que van por mí, que mitigue los miedos; por un segundo paso por mi cabeza llamarle a mi amiga en Lille, quizá ella podría rescatarme de todo este dolor innecesario que causa la soledad, y llevarse mi ansiedad muy lejos, pero no tenía derecho hacerlo, pues los amigos son una cosa y la necesidad es de cada uno.
Me acerque la oficina de información turística, me atendió una chica madrileña, para eso agarre confianza pues es muy cómodo, que te hablen en tu idioma, pero de eso a ponerse a soñar pues ya resulta imposible. Estaba gritando, necesitaba ser rescatado, poco podría hacer por mí, es de esas situaciones en las que te inmovilizas, no es solo el miedo, sino que se conjugan mil factores, pero se impone entre ellas la soledad. Camine de forma cansada a lo largo del aeropuerto, tenía que tomar un tren que me hiciera atravesar por el centro de Paris, quizá un par o tres transbordos, para después llegar a la terminal de autobuses, no era mala idea pasar el día conociendo las bellezas del lugar, el Arco del triunfo o la Torre Eiffel, se me ocurrieron tantas cosas y nunca pensé y eso por ignorarlo que podría dejar la mochila encargada en alguna de las centrales y entonces poder salir a recorrer la ciudad, la mochila pesaba como si en ella llevara toda mi vida. Me resigne a pasar de largo por la ciudad luz, no me importaba quedarme en un sitio con la intención de ser turista, debería recorrer el camino planeado hace apenas unos días, tendría que llegar al lugar planeado y establecerme, luego buscar trabajo, después vendrían los días para recorrer las calles románticas de Europa, el tiempo me iba a sobrar, al igual que me faltaría la identidad. La ciudad estaba ardiendo, nunca imagine pasar tanto calor en Francia, nunca imagine que me dolerían los hombros por andar cargando todo mi historia en un par de maletas y luego qué, a donde iría a parar, es decir, si bien existía un plan y otro plan por si este fallaba e incluso existía una llamada de emergencia para el peor de los casos, es decir el fracaso de ambos planes, nada era parte de la realidad, pues me estaba inventando la solución de mis problemas sin ser honesto y dejando que las cosas sucedieran solo si el azar intervenía. Estaba empapado por el sudor, me urgía salir del tren, me urgía abandonar las estaciones, necesitaba aire, me estaba ahogando. Afuera el calor no era menos intenso pero el aire corría, sin prisa pero corría.
El tiempo parecía no detenerse, mi sombra se proyectaba, mis prisas en aumento me alertaban por llegar a la estación de autobuses y tomar el siguiente con rumbo al destino, no podía darme el lujo de pasar al menos una noche en Paris, el dinero era desde ese tiempo tan escaso que gastarse algo fuera del presupuesto, representaba menos posibilidades de quedarse allí, el lugar que había escogido para mi refugio. Yo y el mío nos habíamos fundido en uno solo, al caminar no solo veía mi sombra o la de las mochilas, encaramado en mí, iba el señor miedo. Antes me divertía saltando mi sombra, se que a muchos les parecía una tontería; es muy simple saltar la sombra de uno, dejas que el sol te de de espaldas, entonces tu sombra siempre va delante de ti, por lo menos debes buscar una posición en la que sea así, entonces das un brinco y te pones en dirección contraria a la que antes tenías, un pequeño giro, pero sin que sea del todo completo, ciento ochenta grados, por así decirlo, y allí esta la hazaña, tu sombra quedara detrás y te digan lo que te digan la habrás saltado. Hacía mucho que no lo hacía y con tanto peso encima, lo que deseaba era descansar, Europa en franca huída es cansada, de otra forma es hermosa y única.

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