martes, 3 de marzo de 2009

Rui-dos...


Sin ir muy lejos, apenas, fuera de estas paredes,
el mundo tiene un ruido espantoso,
no solo es el constante sonido de sirenas,
ni las llantas que derrapan con facilidad,
ni la gente que se queja de su suerte,
tampoco son los disparos que sitian una ciudad,
no es el cielo con sus tormentas;
no es la ausencia que convulsiona mis alegrías.

Afuera, tan lejos como tu presencia
y cerca de tus orillas, el mar, y los ruidos
de un tráfico difuso, los llantos en un puente
que invita a la desgracia; la soledad
soleada, tus manos que recorren otros cuerpos,
la inspiración que no me nombra, el sabor
de tu piel pegada al hueso, la sal en tus labios,
tu sexo que me es ajeno. La desgracia a destiempo.

Tu cuerpo tiene tatuada mi presencia,
tu sudor se empeña en abortarme, tus manos
en no recordarme, tu alegría en ignorarme.

Convulsionas mis sueños, me regalas ilusiones
extraviadas en el recuerdo, el cielo
se viste de un azul imposible,
el viento casi me deja ciego.

Dormir es un dolor intenso.

Afuera, lejos de los sitios imposibles,
de las ciudades que recuerdas, de los cuerpos
que en las noches reclaman tu presencia,
existe un sonido especial, que alimenta al sueño.

Noche de silencios,
agonías sin sentido y de tu presencia
domina el recuerdo sobre el olvido,
calles que no se nombran, cuerpos
que no se olvidan, rostros que cambian
alegrías por recuerdos, sonrisas por arrugas,
soledades que se trazan a diario,
como esta imposibilidad
de saber que nunca serás mía.

Al final del camino, somos la ausencia
que jamás nombramos en nuestras alegrías.
Guardo para mi muerte el dormir,
solo así el dolor será abolido.

En algún punto, tus ruidos se juntan a los míos.

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