miércoles, 18 de marzo de 2009

Rutinarias...diez


Siempre me llovían los apodos. La primera vez que me rape, no tenía la más minima idea de que me iba a quedar calvo. Mi mamá me había cortado el cabello, pero su corte no me gusto, así que busque una especie de peine navaja y pum, que le doy hasta dejarme algunos espacios descubiertos en la cabeza, consecuencia inmediata, fue la de ser rapado, sin más opciones, fueron de las primeras veces que se burlaron de mi cabeza, pelón, pinché pelón y una que otra canción acerca de los pelones que me cantaban, la gente era cruel, no dejaban un espacio para tus emociones. Sufrí de una infancia muy agredida, tuve necesidad de defenderme, no había más o partía caras o me la partían a mí, mis primos, los vecinos, y cualquiera que pasara cerca de mí tenía ganas de ser mi enemigo, no se cuantas veces me tuve que dar de golpes ni cuantas veces me dieron en la boca, eso si me la rompieron a gusto, pero nunca dije que no a los golpes, de una u otra forma siempre pasaba, sino en la escuela, cerca de la casa, era desde entonces una persona diferente. Estuve obligado a enfrentar a los agresores de mi infancia, para que les cuento las mil cosas que invente, o de mis maestros imaginarios de defensa personal, para que les cuento de los cientos de página que tuve que leer de karate, todo eso era parte del ritual diario. De haber sido otra mi infancia, de no tener necesidad de luchar para sobre guardar mi orgullo y mis dientes, otro gallo cantaría en mi vida. A nadie le he dicho que rea un niño en extremo flaco, con poca fuerza y quizá con mucha maña, pero la maña a veces no sirve en contra de la brutalidad. Emocionalmente estaba destruido, lloraba por todo y parece que en eso de las emociones todo mundo estaba en mi contra, incluyendo a los adultos, sobre todo a las tías que todo el tiempo mi gritaban mis verdades, mis historias y la hora exacta en la nacía y de ser posible, creo que hasta predijeron el día y la razón de mi muerte, pero lo único que hicieron de mí fue una persona débil y me lo lamente por muchos años.
Todos los días recorría el mismo camino para ir a la escuela, un poco más de kilómetro y medio, un camino accidentado, no solo por la abundancia de nopales o mezquites, no solo por la gran cantidad de polvo que se estacionaban en nuestros ojos cada que se soltaba una tormenta de arena, sino porque era el escenario natural de una pelea al regreso de la escuela, siempre había alguien con ganas de golpearme, siempre había alguien que tenía la necesidad de estrellar sus puños en mi rostro o su rostro en mis puños y la agresión nunca se hizo esperar, ese era su ambiente, su naturaleza.

Los recuerdos siempre están allí por alguna razón nos persiguen incluso hasta antes de nuestra muerte, algunos que lo han experimentado dicen que poco antes de morir su vida empieza a pasar por su cabeza como si fuera una película.
No se muy bien en que momento, pero un día me puse a soñar y deje el mundo de los demás, para sus luchas, para su encuentro de caras y puños y empecé a preocuparme por vivir, por conocer el mundo, pero sobre todo por escribir historias, estas historias, pues otras las desconozco y no me dan ganas de inventar.
Mis sentidos explotan, los gritos de la gente que pasa, de esa gente que se ríe siniestramente de mi apariencia, me duele, no soporto más que me digan pelón, piche pelón, peloncito, pelón pelonte cabeza de cuete. No soporto y no quiero soportarlo más, pero tampoco me voy hacer una peluca y mucho menos pienso usar una gorra, después de todo yo no pedí estar así, y tampoco me mata.

1 comentario:

Sor Juanais dijo...

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