lunes, 21 de abril de 2008



Hombres que en su tardía juventud procrean hijos,
que sueñan con lo mejor del mundo,
que piensan que es su única
oportunidad de no estar solos,
hombres que se consienten en sus deseos,
que se dejan llevar por sus instintos,
que se atrapan en proyectos interminables,
hombres nunca logran un pequeño
espacio lleno de tranquilidad,
que invierten en proyectos
condenados a robarse
su libertad, hombres
que se levantan en una mañana cualquiera
que arrojan las sabanas
porque su orgullo les proclama
su recién adquirida inmortalidad.

Hombres que bien podrían formar un batallón
de combatientes del hambre, hombres
que su orgullo no consiste en arrancar
la vida de los que menos tienen
que siembran en la vida misma
su esperanza de un mundo mejor.

Hombres que se tragan el derrotero sabor
de sus penas; allí en todo este encuentro
de sociedades globalizadas
de redes consumistas, o espacios
sensibilizados, allí ante la necesidad
de recordarnos de que estamos hechos,
necesidad de ir demostrando
lo que se trae por dentro, dejando
a un lado las ruinas mismas
que construimos a nuestro paso,
hombres que en la necesidad diaria
de existir, se ponen una corbata
y te exigen que dones
tus centavos porque otros más
necesitan de tu ayuda.

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