sábado, 2 de febrero de 2008

Porque nada surge de la casualidad...


A diario observo la escenografía propia del lugar. No se ha donde diablos se fueron todos, quizá los animales dejaron estos campos cuando descubrieron que se habían convertido en una ruidosa ciudad, pero ni siquiera en los campos los observas, allí te encuentras con maquinaria agrícola y grandes terrenos coloreados por un extraño matiz, como si el sol los pusiera amarillentos, a la orilla de esos campos, observas una estrecha carretera a la que nombran inteligente, pero que mucha gente no lo sabe, y muchos carros que van o vienen, vaya uno saber cual es la dirección verdadera de los que allí viajan. Por supuesto que la gente habla de sus cosechas; se habla de los ríos que terminaron por ser presas de la corrupción y se llenaron de todo tipo de desechos, sobre todo de los desechos humanos, de nuestros despojos. En la ciudad es imposible encontrarse con esos animales que llaman de campo, aunque por la maña un tipo se acerca a la puerta, luego nos dice que puede tirar toda la basura por menos de dos dólares, su medio de transporte es tirado por una mula, la carreta en la que viajan, tiene tres pasajeros, sin medir aún la cantidad de basura que transportan. Una animal de casa intentó morderme, pienso que era por el estrés propio de tantos caminantes o quizá se le han pegado las malas mañas. Las rosas ya no florecen a su libre antojo, las llamadas se limitan para unos cuantos; mi madre cumpleaños, le he notado feliz; el viento no deja de soplar, las cosas siguen causando cierta inmovilidad diaria. A donde se fueron todos, acaso, nos tenemos que condenar a la idea de que el gobierno este obstaculizando las calles a cambio de tener redes sanitarias más eficientes y que el agua termine por llevársela el río; las vías del ferrocarril están mucho más lejos, pero siempre el mismo espectáculo un tanto ensordecedor y un tanto gris, será porque la ciudad con todo el maquillaje que procura tener no logra cambiar en nada, o será porque aún sus calles se llenan de tierra en cuanto un ligero aire se suelta, calles llenas de tierra grisácea, lotes baldíos que deben valer millonadas y un mundo de pequeños fraccionamientos como si allí fueran habitar ratones, quizá sean eso, ratoneras. Depósitos de cerveza, negocios de comida rápida, y como siempre esas fábricas que acostumbran a ensañarse con los pobres, ya no se, si pobres y necesitados o sumidos en la necesidad de la pobreza, ya no se tantas cosas. Lo que sí es más palpable son los cementerios de automóviles, y también las ventas de automóviles que vienen del otro lado porque ya no sirven más. Pero nunca te encuentras con una gallina de patio, será porque nadie tiene patio para animales o todo mundo se encarga de tener a la mano un auto que vender, es decir todos tienen un auto para vender, no se necesita ser especialista, basta con pedirlo por algún catalogo electrónico y te lo acercan a la frontera, de allí lo traes y lo vendes, siempre viene alguien de más lejos, del otro México, de la parte sur que compra todo lo que este a su alcance. Ni siquiera puedo encontrarme con un caballo, las gentes usan mulas para jalar sus carretas, esas si encuentras muchas. Lo puedo ver todo de forma clara, no tengo complejo alguno para notarlo, para saber que es lo que pasa: podría llamarle desolación, un mundo con muertos vivientes, un mundo manipulado por las necesidades de la globalización, y el dinero, siempre el dinero, es lo más importante, sin importar como se pueda obtener. Ya hace treinta y seis años que estoy sumido en estas imágenes, pero las de ahora, las de estos tiempos las he entendido en menos de dos meses, es sin duda condenarse a la idea de ser servicial, a los impuestos caros, a los créditos innecesarios porque sino no eres nada en este mundo de competencias. Yo no creo en todas esas cosas, no deseo trabajar sin cobrar por lo que haga, no deseo conformarme con un no salario, intento relajarme y creer que en este mundo no pasa nada, cuando es todo lo contrario, no puedo relajarme y pretender que puedo escribir las cosas porque así me parecen, cuando ni siquiera soy capaz de escribir una nota en la puerta de la casa para avisar que he salido y que regresaré en poco tiempo. Sin embargo me pongo a soñar que todo va a cambiar en menos tiempo de lo que le ha llevado para poder existir como tal, creo que las cosas son así, eso es porque experimento un engaño visual, porque mis emociones son ajenas del lugar, porque ella esta a mi lado y que por amar y ser amado todo es posible, entonces, por qué he de creer que nada es lo que se ve. Nada va a cambiar, ni siquiera yo, quizá pueda aspirar a la evolución, pero a veces pienso que existen lugares propicios para que dicha evolución suceda sin contratiempos.

Es apenas el segundo día de febrero y las cosas pintan con matices extraños, se puede sentir la ola de calor, y el ambiente aún más desolador, se puede presentir sin complejo que dentro de poco tiempo ya nada podría gustarme más que la idea de ser esclavizado por el sistema y salir corriendo todos los días a esas empresas negreras llamadas maquiladoras, podría sentir que el sueño más intenso pueda estar en llegar a casa y sentarme a ver la televisión, porque mi sueño no alcanzaría para más y no tendría ni tiempo ni fuerzas para otras cosas, aunque por suerte o por lo que sea, mi útil necedad me lleva a otra realidad, aunque afuera la mayoría este pasando por estos y ahora mismo este encerrado en esas paredes altas, con ruidos ensordecedores que los hacen esclavos, aunque en este siglo reciban otro nombre.

Quizá dentro de un rato, al salir de casa, me deje sorprender por otras imágenes, quizá todo esto sea un loco sueño donde a veces siento que despierto a una realidad diferente y que las cosas no son lo que ves, ni lo que sientes, que las cosas son otro invento, del cual debería hablar después.

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