lunes, 3 de marzo de 2008

Una tarde de domingo


Una tarde de domingo…
Casi todos los pueblitos tienen un letrero a la entrada de ellos que nos habla de su nombre y el número de habitantes; uno no puede pensar en otra cosa que no sea la cantidad mínima de gentes que vive en ellos, quizá sea por el efecto de estar en grandes ciudades, casi siempre no falla la comparación, esa de decir que ni siquiera podrían llenar un estadio de fútbol, por supuesto que una cosa no tiene que ver con lo otra, pero los números casi siempre nos suelen decir más cosas de lo que en verdad son, entre 600 y 800 habitantes es hablar de pueblos grandes. Aunque los censos poblacionales se tardan mucho en ser actualizados, pocas veces esos letreros son cambiados y nos hablan de la realidad, es cierto que muchos nacen, pero igual de cierto es que la gente se marcha a las ciudades, y porque al muy cercano país del norte.
Casi todas las casas se ven tristes, no quiere decir que estén tristes, sino que la gente escoge colores muy de lamento, son pueblos que están llenos de polvo y así se ve todo, llenos del abandono, de los sueños y de la capacidad de asombro, por allí seguro que ven la televisión y están enterados de tantas cosas que para algunos citadinas pudieran parecer un tanto asombrosas, lo cierto es que no tienen una biblioteca y de allí que no puedan tener esta bendita manía de leer, que decir del cine o de la buena música, aunque eso de la buena música, pues depende de los gustos. Las casa por dentro, deben tener un color especial, la verdad es que a estas alturas ni quien tenga interés por mostrar sus casas, tantas noticias de secuestros, de muertes y agresión, hace que todo mundo tenga desconfianza, todos desconfían de todos, incluso algunos desconfían de los niños.
No existen muchas calles y por lo tanto son pocos los cruces eso, sin contar con la presencia de las esquinas, a mí me gustan las esquinas, si esos pueblos los pudiéramos ver desde el aire, me crean o no, pero estoy seguro que se vería una cuadricula perfecta, donde existen más espacios vacío que llenos, las casas serian los vértices de cada cuadrado y su correspondiente vacío. Allí las casas no están encimadas unas con otros, que decir de esas paredes que se juntan a las otras para ir robándose el calor, allí cada una cuenta con muchos metros de vacío, al igual que la gran soledad que debe embriagar a sus dueños, aunque a veces creo que son mucho más felices que nadie, por no sufrir el estrés de llegar tarde al trabajo o por no tener dinero para comprarse la ultima novedad tecnológica, en realidad algunas ventajes debe representar el vivir allí. El aire se escucha mucho más inquietante. Eso si, en esos lugares no hace falta una iglesia y que decir de las cantinas, a veces me pregunto si en un sitio tan pequeño las prostitutas, encuentran trabajo o son las primeras que tienen que emigrar de la ciudad, me pregunto si la gente nace con su vocación y esas mujeres que no saben hacer otra cosa, se condenan a un oficio que les roba el aliento. A veces tanto el silencio que parece que el pueblo estuviera suspendido en un espacio inexistente, me desespera no escuchar el bramido de tantos motores a la vez, los “cláxones” rompiendo con los sonidos naturales aunque en las grandes ciudades las cosas naturales parecen ser productos del invento del hombre, los sonidos que podemos conocer de la naturaleza, allí no tienen un espacio, son extranjeros.
Crecí en un lugar que habla de la existencia de más de 80, 000 personas, por lo menos podríamos juntar a todas esas persona en un estadio de fútbol y hacerlos conocerse a todos, pero ese letrero esta desde que tenía unos seis años, no se cuantos se han muerto ya de esa cifra y cuantos más han nacido, seguro la tasa de crecimiento es mayor a la tasa de mortandad, y seguro que necesitaríamos construir un estadio más grande para juntar a todas esas gentes en un mismo espacios. Eso si, recuerdo tantos sonidos, sobre todo el de río, representaba sin duda el único instante en el que me sentía totalmente libre, el instante mismo que me hacía transportar todas mis inquietudes a otro rumbo, a otro espacio, incluso esos ruidos me parecían sino los más hermosos, si los placenteros, por supuesto que ahora la cosa es diferente, para poder sentir que estoy vivo, necesito del ruido de los motores, de la gente que nunca se calla y de una especie de música cacofónica que sale de las ventanas para mezclarse y hablar de lo que la gente escucha y siente, eso estar vivo, eso estar en medio de los momentos catastróficos, de lo que la gente de afuera llama gran ciudad y huye, la gente tiene miedo a tanto ruido, piensan que eso es el infierno. En donde crecí decían que todas las cosas eran de la comunidad, por supuesto que ese es otro de los locos sueños, por supuesto que muchos ni siquiera saben el significado de esas palabras, las cosas más simples y la gente busca adueñarse de todo concepto que les haga parecer más rico, la vida grandes ciudades es un tanto diferente, en las fachadas de las casas solo dice el número y alguno que otro despistado, venido a más, de esos que abandonan sus pueblos y por alguna razón se establecen en las grandes urbes y les va bien, pues ponen sus nombres con apellidos. En algunos pueblos las gentes ponen a sus casas sus nombres y apellidos, en algunos otros lugares no alcanza para ese lujo. Muchas casas permanecen toda su vida con las ventanas y puertas abiertas, otras ni siquiera las tienen y no imaginen que la gente no tiene por donde entrar, lo que quiero decir es que son espacios que no tuvieron más tiempo o más dinero para llenarse del lujo de contar con una puerta. Como dije antes, existen pueblos que no tienen memoria, que no tienen un pequeño espacio para la existencia de los libros, a no ser de aquellos que son obligatorios para la educación básica, pero existen lugares donde la gente debe trasladarse grandes distancias para estar en medio de mucha gente tratando de aprender lo que les corresponde a su grado escolar y un maestro que pelea con todos, cuando quizá el único sueño que tienen es aprender hacer cuentas y digamos que a medio leer, pero eso poco importa. Lo que importa ni siquiera esta a la vista.
II
Estos pueblos están suficientemente alejados uno del otro, es algo extraño. Ahora que lo pienso, recuerdo pequeñas comunidades españolas que están quizá mucho peor que estos lugares, pueblos perdidos en medio de la nada, agazapados por la presencia de fuertes vientos, inmersos en una soledad catacumbita que invita a no volver jamás, ciudades donde algún famoso poeta pudo crear la más grande de la obras para la humanidad o ciudades que hoy en día sirven como escenario de películas comerciales que no representan la historia o el arte de un lugar, sino la magia correspondiente de sus escenas.
Por supuesto que en todas esas ciudades que me ha tocado conocer, existe un ambiente digamos más o menos parecido y que tiene que ver con la existencia de las iglesias, no se si todo ello sea por el miedo natural que nos traemos encima y buscamos la manera de protegernos de esas pasiones malvadas y demás tentaciones, o porque en verdad el poder de la iglesia sea tal, que se preocupa por estar en el más de los alejados rincones de esta tierra, quizá ninguna de esas cosas sea tan cierta y la existencia de las iglesias sea tan solo el resguardo que todo persona desea para bien morir, como una puerta al paraíso lejano de los hombres de esta tierra. Pueblos pequeños que inquietan, donde la gente sabe de caballos, de migraciones, de abandones, de traiciones y de muertes y de tantas otras historias que están esperando a que alguien se interese por ellas y las cuente.
III
Los colores de esas casas me deprimen, no dejen de ser una especie de pueblos fantasmales, donde uno puede imaginar con facilidad la corriente de un viento que arrastra con facilidad una serie de arbustos enrollados y que denotan el abandono. Por más que hago memoria no puedo recordar el nombre de esas bolas de de hierbas que recorren una ciudad, pero seguro muchas veces se han visto en las películas llamadas del viejo oeste. Acá en este norte, los pueblos no son pintorescos, como tampoco lo son fuera de este norte o fuera del país y hablo de los lugares que he conocido.
Sí la cosa no esta en el color, la cosa esta en que la gente no habla, no dice nada y cuando te cuenta una historia lo hace como con miedo de que lo hagas participe de tus aventuras o de que venga el ejercito a callarlos, acá la gente solo sabe que tiene necesidad de vivir y buscan la forma de hacerse de una vida menos complicada, si quieren seguir en el pueblo deben saber callar y saber que contar.
En estos pueblos te puedes enamorar de las cabras, de los borregos o las chivas, incluso de los caballos, esta prohibido poner los ojos en las pocas mujeres que puedan deambular por allí, digamos que ya están apartadas y que alguien llegue y les haga un ruido hormonal, puede causar grandes accidentes. En estos pueblos loas cosas son mágicas si uno desea aventarse de alguna cascada para caer en medio de un pequeño ruido tratan de advertirte que es muy peligroso, que un tiempo no muy largo alguien a muerto en sus aguas, o te hablan de especies raras que allí habitan y nadie se mete al río y nadie hace nada porque todo sea diferente, te hablan de prodigios de la naturaleza, del amor por ella, y de que no quisieran que pase, cuando de por si nada pasa con ellos.
En ocasiones he llegado a creer que uno debe respetar a un pueblo como tal, uno no debe meterse con sus costumbres, con sus raras ideas, bueno al menos a uno le parecen raras, pero otras veces pienso que es inevitable, así que he dejado de debatir y veo todo como una oportunidad de ir aprendiendo. No se cuantas cosas se pueden aprender en ese diario internamiento entre comunidades que se alejan de las grandes ciudades, de esa gente que nunca sale de la tierra que le ve nacer, esa tierra que podría conformarlo y allí mismo se regresa para guardar por siempre su identidad, su poca capacidad para moverse, quizá son seres que terminaron por acostumbrarse o incluso antes de nacer ya estaban derrotados por un destino, por una situación inexistente, digamos que son los condenados a desaparecer, a dejar un lugar en el completo abandono, hasta que el último de ellos termine por morir y no exista nadie allí para enterrarlo.
Insisto, la cosa no esta en el lugar y el polvo que lo inunda, la cosa esta en su gente que no desea cambiar en nada, siguen usando esos colores que se desprendieron de su imaginación, cuando de jóvenes servían de las diversas tropas que combatían durante la revolución y que una vez cansados se fueron quedando en pequeños poblados formando así su pequeña condena, lo mismo pudieron ser gentes que servían a las malas mañas, o porque no, quizá fueron de esos desplazados que se conformaban con un pequeño espacio para dedicarse a la vida que más les gustaba, pero de algún lugar tomaron esos lugares tan feos, tan muertos, tan llenos de miedo y abandono, tan llenos del polvo y de una estadística que dice el nombre del lugar y de los cuantos que allí viven. Así que seguí con mis locas ideas y disfrute de una tarde que empezaba a gustarme, sobre todo porque me estaba llenado de imágenes que en el pasado me habían causado una sensación interminable de placer, quizá recordar me hace entender lo vivo que estoy.

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