jueves, 10 de mayo de 2007

Hijas de nadie

Hijas de nadie…

Se que poca gente lo duda. Es decir se puede vivir en un espacio tan pequeño, apenas nueve metros cuadrados bastan para pasar allí una vida entre necesidades, entre olores, sobre todo los olores, esos olores que me recuerdan parte de mi juventud que se fue perdiendo entre ruidos que no puedo reconocer, entre ruidos que me taladran constantemente, ruidos, solo eso ruidos. Una tarde muy calurosa, a mi madre le dio por abandonarnos, allí empezamos a destruir todo lo que hasta antes de eso fuimos, eso sin contar con lo que hace nuestra soberbia, nuestra forma de ver el mundo, el pensar que somos más que más, más que todos los demás, algo muy torpe de aquellos tiempos. Mi hermana Evelia, no deseaba reconocer que su forma de actuar la estaba llevando a un mundo de caos. Por cierto ya nadie se llama así.
Ella pensaba que era como gotas de luz que traspasaban el umbral de los necesitados, yo, que cosas podría pensar yo, yo que estaba entre el descubrimiento del amor, entre los alborotos de la comezón interna, propias de una edad un tanto desequilibrada por tantas cosas que te llegan de un solo golpe.
La ropa de uso diario, se colgaba en un lazo tendido sobre la cama, de una pared a otra, siempre estaba lleno de humedad el pequeño cuarto, no teníamos una sola ventana, luego la puerta estaba totalmente sellada, sin vidrios, lo que convertía a nuestro espacio en el más oscuro de los lugares de este mundo. Todas esas cosas eran para Evelia como para mí, algo un tanto extraño, lleno de fantasmas, de ruidos, siempre el ruido, nunca un espacio de silencio, siempre esa voz interna que demanda un comportamiento que te grita que te exige averiguar donde nada se puede averiguar, esos gritos que te piden preguntar lo que no se pregunta porque ya se ha dicho tantas veces, sin embargo se pregunta hasta cansar, hasta destruir, hasta quedarnos como antes. Las ropa tendida entre toda esa penumbra, era capaz de proyectar sombras, en ocasiones llegamos a pensar a soñar que esas sombras que danzaban sobre nuestras cabezas, no eran otra cosa gente que caminaba de un lugar a otro en busca de sus sueños, también tenían opción de ser otras cosas, tal vez nubes cargadas de aguas que estaban por precipitarse sobre nosotras, aunque nos a ambas nos gustaba más, el pensar que eran un grupo de trapecistas listos para entrar a escena. Nos divertimos mucho, pero siempre el ruido, luego los olores, los miedos, siempre Evelia reclamando por todo…
Nunca quisimos reconocer que nuestra madre se canso de nosotros. Llegamos a pensar que la de la soberbia era ella. Un día nos llevo al circo, allí conocimos a los trapecistas. Luego ella decidió hacer su vida, estudiar, prepararse, dejarnos, una buena historia, solo que según nosotras sin un buen final, para ella es mucho mejor así.
Cuando mi madre estudiaba, cuando ella trabajaba en la casa haciendo comida para venderla a los obreros que trabajaban en las partes más lejanas de la ciudad, su vida era tan cansada, que solo le veíamos llegara a casa con el bostezo a flor de piel, entonces estiraba los brazos, se tiraba en la cama donde dormíamos todos, nunca hablamos de cosas que no fueran frivolidades, tampoco existían los días de descanso. Me gustaba pensar que ella estaba llena de sueños, a veces pensaba que esos sueños estaban llenos de suciedad, que de nada servían las cicatrices que se había tatuado en ese ayer, que sus sueños no podían tomar asiento, que tenían que estar de paso, sueños rotos, percudidos, sueños movidos por el sueño.
II
Ella se llamaba Adelina, mi madre. Pocas cosas puedo recordar de manera clara, incluso me he olvidado de su voz, quizá todo ello sea porque mi pensamiento siempre va de paso, pensamiento que se lleva con facilidad mis recuerdos, nunca oí cantar a mi madre, ni siquiera en los días que nos reuníamos en la iglesia. En la duermevela, antes de que ella se fuera a vender la comida a los obreros, nos leía la cartilla, no decía como comportarnos, que hacer, que no hacer durante el día, la casa quedaba impregnada por los olores, como odio esos recuerdos donde los olores nunca se van, olores entre suciedad, entre ropa húmeda todo el tiempo, luego el olor del aceite de cocina, aceite usado tantas veces. De inmediato nos levantábamos de la cama, en la casa, aunque pequeña siempre se tenía algo por hacer, no fuimos a la escuela, mi madre pensaba que si ella estudiaba la suerte que nos tocaría sería mucho mejor, pues ella en pocos años podría terminar sus estudios, a nosotros nos separa toda una vida para poder lograr algo…muchas veces me despertó el ruido que hacía la puerta, al salir mi madre en las madrugadas a cumplir con su trabajo, llevaba en la espalda las grandes cantidades de comida para vender; por las tardes ella iba a la escuela.
Nunca nos preocupamos por la edad de nuestra madre. Evelia tendría 8 años, yo dos años más, mi madre debería ser muy joven cuando nos abandono, pero era aún joven cuando murió, no fue mucho tiempo después, tan solo unos días después. Siempre recuerdo las arrugas de su frente. De nuestro padre poco sabemos, lo cierto es que cada una tenía un padre distinto, era fácil de ver por nuestros físico, aunque de tanto estar juntas terminamos por vernos tan parecidas. Evelia deseaba las mismas cosas que yo, llegamos a pensar igual, nunca le tuvimos miedo a nuestro entorno, a nuestro mundo agresivo, al encuentro con otras vidas, con otras historias, como si el saber de la vida de otros nos llevara a vulnerar alguno de los mandamientos. Casi siempre nos gustaba jugar con los trapecistas en el lazo sobre la cama. En nuestro cuarto, en nuestra pequeña casa, sin encontrarnos con nadie es como si viviéramos solas. Las sombras eran los hermanos no tenidos, el padre jamás conocida, la madre que nunca estaba, las sombras lo eran todo.
Cuando mi madre tardaba en regresar de la escuela o de sus actividades, Evelia se ponía a llorar, nos encariñamos mucho con las sombras en nuestro cuarto, pero nunca fue a sí con los olores, que decir de los ruidos, se convirtieron en nuestros enemigos. En ocasiones los vecinos se acercaban para saber si estaba en casa mi madre, algunos solían coquetearle, eso nos disgustaba, Evelia solía arder de tantos celos. Mi madre casi siempre terminaba por entablar charlas con sus vecinos, a veces pienso que ella se enamoraba de manera inmediata, esas situaciones nos hacían sentir huérfanas, no el hecho de no tener un padre o no saber quien era él, pienso que muchas veces nos aprovechamos de todo eso, pienso que de laguna manera ejercimos el chantaje emocional sobre mi madre.
Por alguna razón, llego el momento en que Evelia empezó a cambiar, dejamos de jugar, ya no inventamos historias, ni nada con nuestro entorno, nos volvimos calladas, como habitadas por una soledad de magnitudes que a cualquiera pueden tirar sin mucho esfuerzo. Nuestras diversiones se tornaron en saltos sobre la cama, en pelea cuerpo a cuerpo, en luchas que sin saber demostraban lo mucho que la violencia estaba avanzando en nosotras. Sin duda todo empezó a dar giros imprevistos, mi madre estaba a punto de terminar sus estudios, las cosas quizá sin aún saberlo, cambiarían para cada una, pero eso nadie lo sabía.
III
A mi madre le encantaba estar a oscuras. Le gustaba contar historias solo que era poco frecuente que tuviera un poco de humor para ello. Empezamos a ponerles nombre a todos los bichos de la casa, ya saben esas arañas que suelen desprenderse del techo, las cucarachas que corren a esconderse, las hormigas, no existe un lugar que todo ese zoológico no exista. El portero empezó a coquetear con mi madre. Parece que el dinero no alcanzaba para muchas cosas, aunque debo decir que vivíamos bien, si a eso se le llama vivir, digo las cosas como son, no invento nada, pero creo, pienso que aquello no era vivir. A Evelia siempre se le ocurría jugar a los muertitos. Decía que ganaba el que mejor pudiera hacer su papel de muerto, nos quedamos muchas veces sin respirar por largos segundos, sin abrir los ojos, sin hacer gestos. Todo era reír.
Fue un lunes cuando mi madre no regreso a casa. Se levanto muy temprano e hizo todas las cosas como siempre. Ese mismo día el portero no se presento a trabajar. Pasaron muchos días, pensamos que mi madre nos había abandonado, pues siempre nos amenazaba que una vez que terminara con sus estudios se marcharía, que nos dejaría, que ya se había cansado de nosotras. El viernes anterior se había graduado, algo de esas cosas que estaban de moda, algo en sistemas, la verdad es que no recuerdo muy bien. Una semana después de ese lunes, encontraron a mi madre en la casa que ocupaba Evaristo, el portero. Se dio el veredicto casi de forma inmediata, esta muerta escuchamos. Aparecieron muchos curiosos, uno de ellos llamo a una de esas funerarias que brindan servicios gratuitos para los indigentes.
No supimos nada de lo tramites, solo que mi madre se veía tiesa entre las sabanas del portero, a él jamás lo volvimos a ver. La metieron en una bolsa negra, le hicieron algo así como una autopsia, después la cremaron, mi hermana al igual que yo, pensamos que mi madre estaba jugando a morirse. La vimos por ultima vez cuado ella fue metida al crematorio, creo que ella lo último que pudo ver fue su titulo, pues lo tenía en la mano derecho, como aferrada a el. Todo sucedió de manera tan rápida, que de un segundo a otro nos encontramos para siempre solas. Alguien nos preguntaba que pensábamos hacer, pagar una renta no era fácil, luego conseguir la comida, nos recomendaban ir al orfanatorio, nos advirtieron que no lo más probable es que no estaríamos juntas. No nos agrado la idea de separarnos, aunque tuvimos que aceptarla poco tiempo después.
IV
La necesidad fue muy fuerte, lo que decimos hacer fue tomar la única herencia de mi madre, así que nos pusimos hacer comida, nos fuimos a vender en esos barrios lejanos de la ciudad, la casa seguía oliendo igual, todo estaba tan oscuro, siempre humedad, mucha humedad. Con el poco dinero que se podía ganar fuimos pagando nuestros primeros gastos.
Nos hicimos de muchos amigos, entre ese ir diario por los rumbos más lejanos. Casi todos eran albañiles, plomeros, vende fierros, chóferes. Allí fue donde conocimos a José Santacruz. José tenía un compadre que era chofer. Ese compadre pasaba gente al otro lado a los Estados Unidos pues. Evelia empezó a jugar con la idea de irnos, que allá nos iría mucho mejor. Pero poder pagar los tantos miles que te cobran pues no es nada fácil. Luego atravesar la frontera no era cosa fácil, pero si se podía hacer pues ya allá del otro lado era cosa de cada uno lo que se pudiera hacer, no era tan fácil lo que se nos ocurría hacer. Hablamos con el compadre de José, por supuesto que no podíamos pagar la suma que nos pedía, luego por las dos, pues las cosas no son tan simples. Don Salud, él compadre de José es buena gente decidió ayudarnos, pero solo a una, dos representaba mucha perdida para él, resolvimos que Evelia, era quien debía viajara primero, allá la alcanzaría en poco tiempo, ese mismo día decidió irse también José. Debían viajar en una especie de ataúd viajero, le dije que era como estar en casa solo que se iría moviendo, no había porque tener miedos. He esperado mucho tiempo para tener noticias de Evelia, pero aún nada, de José tampoco volví a saber de él, como tampoco de su compadre Don Salud. No quiero imaginar lo que pudo haberles pasado, tampoco me gustaría sentir por todo lo que ha tenido que pasar mi hermana. Tengo esperanza de que ella un día vuelva, pero a veces agacho la cabeza, suelo caminar así durante largos trayectos. Llegue a pagar precios impensables por nuestro cuarto, seguía teniendo las mismas medidas, los mismos olores, los mismos ruidos, siempre al volver deseaba encontrarme con Evelia.
Ha llegado el momento en que no puedo soportar más, así que he tomado la decisión, voy a realizar ese viaje, me sepultaré en esa casa andante, pensaré que vale la pena, iré buscar a mi hermana, poco importa que los estados Unidos sea tan grande como me dicen…

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