sábado, 23 de mayo de 2009

Tentaciones

Tentaciones

Luego de tantas pasiones malogradas, Antonio entiende que es el momento de terminar. No es fácil quitarse de encima las confusiones, pero existe un momento para reinventarse, para soñar con la posibilidad de otra vida, para creer en otras pasiones, y sobre todo pensar que se puede llegar a la otra orilla; extinguir ese amor es como matarla a ella, a Eugenia. Antonio se deja llevar por una serie de rituales, no contesta el teléfono cuando Eugenia le llama, las cartas que ella le escribió, decide quemarlas, borra de la laptop las fotos que se tomaron en sus encuentros secretos. Las cartas se han reducido a cenizas, y entonces otro ritual más, Antonio decide guardar las cenizas para cuando este de nuevo en la playa, piensa arrojar las cenizas al mar y que estas naveguen hasta perderse, luego cuando estén ajenas de la vista, se eleven hasta llegar al infinito, para que tengan su aventura cósmica. La melancolía se hace patente, Antonio decide que es tiempo de cocinar, por lo que una vez guardadas las cenizas, decidí ir de compras. A Carla le apasiona el cine, aunque siempre esta pensando en la próxima aventura, es amante de los viajes.


Antonio conoció a Carla en el aeropuerto de Monterrey. Después de varios días de confusión decidió que no había nada mejor que salir de la ciudad, lo más común es que se fuera a la playa, pero esta vez le pareció que la mejor decisión no estaba en dejarse arrullar por el son del mar. La necesidad de ambos los había impulsado a este encuentro, ellos tan solo habían intercambiado el sonido de sus voces unas cuantas veces mediante las llamadas por teléfono, nunca se habían visto, pero estaban dispuestos a todo con tal de encontrarse por el rumbo de la felicidad. El miedo se estaba haciendo presa de los dos, por un lado ella no entendía que estaba haciendo allí en medio de un aeropuerto, la idea de entrevistarse con un desconocido seguro que era emocionante, pero después de la demora del vuelo; ella llego a pensar que lo mejor era irse, por otra parte Antonio, pensó que estaba metido en una situación sin remedio, desde hacía unos meses se había abandonado a su suerte, así que si las cosas eran por suerte, era casi seguro que tendría que moverse por la ciudad en compañía de su soledad.

La idea de recuperar a Eugenia era por demás imposible, ella había decidido irse a estudiar a otro país, el abandono era su costumbre, habían pasado más de siete años en una ausencia casi diaria, pero se podía decir que estaban juntos, eso si cuando decidían verse tenían que dejarse llevar por la clandestinidad, pues seguro que Nicolás el esposo de Eugenia no aprobaría tales pasiones. Las ocasiones ideales siempre se presentan, Eugenia le había prometido a Antonio que pasarían una semana inolvidable antes de su partida a su nueva residencia, por supuesto que todo ello lo emocionaba, aunque no por eso dejaba de sentirse triste y solo. Recuperar a Eugenia, requería un doble esfuerzo, porque también resultaba evidente esa necesidad de recuperarse, de hacerlo tendría que salir del país, regresar al otro del mundo, su experiencia anterior le robaban esos deseos, nada mejor como estar en casa, así que lo mejor era no verse más y quedarse con el recuerdo de tantas otras veces que se habían encontrado, quizá el recuerdo tendría más importancia que un último encuentro sexual, un encuentro de deseos y pasiones que para ellos ya estaban prohibidos. Antonio conoció a Ursula en Paris, después de un recital poético, donde ambos participaron, sus miradas se encuentran en medio de las luces tenues, Ursula era la mujer ideal, al menos con la que él siempre había soñado, mujer blanca, cabello ensortijado, ojos tornasoles, aunque se podría jurar que eran más verdes que nada; ella le regala uno de sus libros, su sonrisa termina por seducirlo, él le pide que le ponga una dedicatoria en la primera pagina, luego se quedan conversando durante el resto de la velada y sin proponerlo siquiera inician el más hermoso de los romances, romance al que después tratan de encontrarle una salida. Pero ante tal enamoramiento esas salidas son imposibles. Antonio la encontró muchas veces, oliéndose las axilas o acariciándose el sexo, ella era sensual, alegre, única, muy selectiva con la música, y de cuando en cuando escuchaba As time goes by, entre melodías y copas de un buen vino francés, Ursula se sentía el personaje de una película, mientras que Antonio era el ser más feliz de esta tierra. Por la mañana, después de muchos días, Antonio toma el avión de vuelta a México y regresa a casa donde Carla, su esposa lo espera. Esa noche sentía estar perdido en los versos de Ursula, es como si estuviera aún con ella, al cerrar los ojos la veía con sus dedos en medio de su sexo y no dejaba de olerse. Era imposible seguir así, no debe, no tiene sentido porque esta con Carla, porque ella siempre se muestra generosa, lo escucha, le ayuda con todos sus problemas y siempre es incondicional, pero sobre todo porque la ama, Carla no merece que la engañe, así que Antonio decide no volver a encontrarse con Ursula, es la única salida y si la próxima vez coinciden en un recital, él preferiría no ir.

Otra vez esos sentimientos de soledad, sin duda es tiempo de cocinar, así que una vez que regresa de las compras, pone los ingredientes sobre la mesa, luego los mezcla, pone las yemas de los dedos en ellos, los presiona, aspira sus aromas, recuerda innumerables versos y su sexo y su boca , así como esa sonrisa única y la intensidad de su mirada, esos ojos tornasoles que bien podría jurar que solo son verdes, esa última noche juntos, después de llegar a la ciudad, juntos en el departamento de ella. Ursula que estaba por mudarse, que le seducía la vida al otro lado del mundo, quedaban pocos muebles, la mayoría los había regalado a unos cuantos amigos, le restaba vender el departamento e irse Lille, al norte de Francia. Antonio le acariciaba el cabello, mientras ella se olía las axilas, estaba excitada con la vida, se sentía plena. Abrieron una botella de vino que había viajado con ellos desde Paris, se la bebieron toda. Ella esta inmersa en su mundo, sus versos no la dejaban en paz, pero al mismo tiempo estaba perdida, de espaldas a Antonio, recargada en su ventana.

Antonio se siento confundido, las lagrimas se le escapan, mete la cabeza entre sus manos, en realidad no tiene ganas de cocinar, ni de estar triste, no tiene ganas de nada, se siente culpable, le cuesta trabajo entender la realidad.

— Ven conmigo a Lille, Antonio. Allí no tendremos que escondernos de nadie.
— No puedo Ursula. Sabes bien que no puedo.
— ¿Alguna ves serás en verdad libre, te atreverás a realizar lo que deseas? Es claro que no deseas estar con ella, y que me deseas.
— No voy a abandonarla, no puedo, ni quiero, no es algo fácil.
— Tus miedos son los que te condenan Antonio.

La idea de irse, el arriesgarse, era un tormento constante, si bien Ursula era la mujer con la que siempre había soñado, no la conocía del todo, era fuego con la pasión, llena de gracia, pero al mismo tiempo representaba una gran incertidumbre y él sentía que ya no tenía más fuerzas para aventurarse, para empezar de nuevo; no quería tener culpas, ni decepcionar a nadie, las cosas estaban bien, Ursula podía entender lo que estaba pasando, así que era mejor no llamar a la culpa. Termino de cocinar. Los recuerdos lo hicieron presa enseguida, no se había desecho aún de las cenizas de aquellas cartas quemadas meses atrás y si un día las encontraba por error Carla, que explicación podría darle, era importante cumplir con la planeado, entre más rápido mucho mejor.

Antonio piensa en lo feliz que esta Carla con su regreso. Piensa en todas las tardes que han pasado juntos, en los innumerables viajes que han hecho, en la próxima aventura por New Orleáns, siempre un sitio diferente para cautivarse, le hace feliz verla feliz y ella disfruta mucha de la manera como se quieren. Cuando Antonio vuelve a casa después de verse con Ursula, llega con un entusiasmo desbordante, Antonio cocinaba antes cuando estaba depresivo, cuando la soledad le arremetía con tal fuerza, que era la única forma de escaparse de su absurda realidad, pero ahora, sobre todo después de conocer a Ursula, tiene la necesidad de una receta diferente, es necesario distraerla, no permitir que ella lo huela, porque seguro huele al cuerpo, a las axilas, al sexo de Ursula. Así que salir con Ursula se ha convertido en un riesgo, en una necesidad, porque solo así él se siente completo y puede ofrecerle a Carla el hombre que ella desea. Una fragancia especial se desprende del cuerpo de Ursula, su cuerpo emana una leche espumosa. Suena el teléfono. Antonio corre a contestar, en el camino tropieza con la mesa y tira un libro, de el se desprende un pañuelo con las cenizas de esas viejas cartas, levanta el teléfono.

— ¿Carla? Amor…¿Cómo van las cosas?
— Bien… de verdad todo va muy bien… pero llegaré un poco tarde, tengo algunas urgencias y además el trabajo se a cargado.
— Amor, te estoy preparando algo especial, una pequeña sorpresa, por favor no demores.
— Tú siempre me sorprendes cariño…así que tendrá que dejar el trabajo para más tarde y así no te hago esperar.

Antonio esta desbordado, tiene muchos ímpetus, pronto ofrecerá un recital y estar por publicar su nuevo trabajo. Tiene claro que el amor perfecto es imposible, que se necesita de una serie de circunstancias para que las cosas adquieran sentido. Era necesario entender que no se puede tener todo en la vida. Lo mejor le decía su madre es quedarse con la mujer que más te quiera y no con la que tú más quieras, eso siempre es un error. Así que Antonio, pensó que lo mejor era tomar los consejos de su madre, tenía que olvidarse de Ursula; se le escapo una sonrisa cómplice de sus decisiones. Por supuesto que Antonio hubiera deseado, en el supuesto de que el hubiera tenga una existencia válida, que una de las dos, Carla o Ursula, tuvieran el valor de tomar una decisión por él y así facilitarle la vida, por supuesto que esa situación era poco menos que imposible. Que él no tuviera que elegir, le resultaba muy cómodo, evadir la confusión entre ser libre o ser cobarde, entre ser el culpable o seguir la naturaleza de su voz interior. Pero esas historias en las que una doncella toma la decisión por su caballero solo se dan en las películas que dicho sea de paso ya no son tan comunes. No había esperanza lo que él decidiera hacer, solo correspondía a su total responsabilidad y era algo con lo que él tendría que vivir el resto de sus días.

Antonio recogió las cenizas que estaban aún en el suelo. Las regresa al lugar de privilegio que les había asignado en el libro. Piensa que ya es hora de depositarlas en el mar, quizá en la próxima presentación de su libro aproveche la oportunidad y las deje en libertad para que estas realicen ese viaje cósmico que les ha prometido. Comienza a poner los utensilios en la mesa, esta vez ha pensado en todo, incluso hasta el más mínimo de los detalles fue salvado con buen gusto. Piensa que el vino que han traído desde Santiago, es el que más armoniza con la ocasión. Suena de nuevo el teléfono.


— ¿Sí?
— Antonio, esta noche me voy. Te he comprado el boleto, te espero en el Aeropuerto, el departamento ya me lo han liquidado, lo entregue esta tarde.
— No puedo Ursula. En verdad que no puedo.
— Te espero en el Aeropuerto, agotare hasta el último segundo, ojalá y te decidas y logres vencer tus miedos.
— No iré Ursula. No iré porque ahora que tú te vas yo voy a quedarme con Carla, como debe de ser, como debió ser desde un principio. Para mí tú no existes, eres un sueño, un hermoso verso y nada más.


Antonio tiembla durante un buen rato, se debate, tomar una decisión nunca le ha resultado fácil, pero esta vez esta claro, la ha dejado, han terminado. Desde hoy Ursula ya no existe, ahora solo tiene que esperar que el tiempo haga lo suyo y desaparezca por completo, que sus olores ya no lo castiguen, que la humedad de su sexo no lo trastorne. Deja rodar unas lágrimas, para después secarlas con rapidez, se siente pleno, invadido por una paz que ya lo desconocía. Allí esta la salida a todo esto, a lo que le parecía imposible, es como si nada hubiera pasado, ahora sabe que puede empezar de nuevo, desde cero, no tiene necesidad de fingir con Carla, pero debe fingir que con Ursula nada de esto ocurrió. Ahora se siente completo, dueño de la situación, esta seguro de poderse entregar a Carla sin temores.


Antes de servir la comida, decide checar su correo. Las noticias malas siempre llegan, no importa como, pero de alguna forma te enteras. Lee asombrado que Eugenia perdió la vida en el aeropuerto de Barajas. Su mente se revuelve, lo tranquilo de sus sueños, su pronta solución ante los obstáculos de la vida, le parecen una burla. Imagina el rostro de Eugenia un poco antes morir, esa imagen lo aterra. Recuerda que él le juro que jamás se separarían. Sintió ganas de bailar, de abandonarse a su suerte. Saco del libro las cenizas de esas antiguas cartas, las apretó contra su pecho. Estaba claro, era hora de dejarlas viajar, de despedirse para siempre de ellas. Tenía ganas de que Carla llegara a casa, deseaba decirle lo mucho que la quería y lo imposible que le resultaba vivir sin ella. Esta vez bailarían y brindarían como el primer día en que se vieron, después irán a la cama para convertirse en uno solo, en medio de la llama del amor. Ella nunca va a sospechar que en su vida hubo alguien más y ya nada los podrá separar. Para ese momento Ursula estaría volando, al encuentro de su vida en el viejo mundo.


Carla llega a casa. De última hora las cosas se complicaron, llego al hospital un paciente que se retorcía de los dolores en el epigastrio. En casa la mesa esta servida, pero no ve por ningún lado a Antonio, lo llama, pero es inútil, pues el no responde. En una de las sillas, un sobre con unas cenizas permanece olvidado. Carla se acerca a la mesa, se encuentra con una nota escrita con una letra un tanto confusa.
Carla, surgió una emergencia, mi amigo el Vasco sufrió un accidente, he tenido que ir a verle. No se cuanto me tarde en regresar, pero ten por seguro que te llamare en cuanto llegue. Espero que te guste la comida y perdona que hubiera abierto el vino, pero bien sabes que no puedo resistir tal tentación.

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